martes, 23 de octubre de 2012

LA ENGAÑIFA D´HONDT


 
Ya se ha visto el sentido estafador de la voluntad popular con la que la Ley D´Hondt  hace las cuentas electorales. En Galicia, el Partido Popular sólo ha ganado unas elecciones periféricas con esas cuentas trucadas. Es una completa desvergüenza convertir la pérdida de 135.000 de sus votantes en un apoyo mayoritario en el resto del Estado a la política de recortes e incumplimientos. Y, sin embargo, la casi completa totalidad de comentaristas al servicio del Ministerio del Reich para la Ilustración y Propaganda (Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda), ocultan ese rechazo de uno de cada cinco de sus antiguos votantes, y enseñan los dientes de su reparto del botín de votos para justificar que las próximas cuchilladas las estamos pidiendo, la mayoría, a gritos de satisfacción masoquista. Discurso que se completa con el del derrumbe cierto del Partido Socialista, que alguna vez tendrá que jubilar del todo políticas y personas (en Madrid, como en Cádiz) que les han llevado a perder la credibilidad. Cuando tu electorado no te vota, estando en la oposición, es porque no te cree. Y, teniendo el modelo griego de unidad de su izquierda, que aparezca una Sýriza española que proponga soluciones menos comprensivas con el capitalismo, sería ahora una posibilidad más real de ese sorpasso que Anguita preconizó en los noventa.

 
He jugado un poco con un simulador de la Ley D´Hondt. Con algunos resultados curiosos. Sin los votos de los partidos que no han obtenido representación, el reparto daría al PP dos diputados menos y al Partido Socialista uno menos; mientras que Alternativa Galega de Esquerda (AGE) tendría dos más y uno más el Bloque Nacionalista Galego (BNG). Está claro, que esos votos minoritarios, muchas veces testimonio de la indignación contra los partidos mayoritarios, terminan beneficiándolos. Como votar en blanco, que al elevar el número de votos necesarios para alcanzar el listón electoral del 3 %, deja también fuera a más minoritarios.

 
También he probado a ver qué resultado se hubiese obtenido si esos dos grupos, AGE y BNG, a la izquierda del Partido Socialista, se hubiesen presentado juntos. Es lo que empezó a negociarse, abierto a otras formaciones, como embrión de lo que será en el resto del Estado, ya lo verán, una nueva alternativa radical de izquierdas. Obteniendo, sólo ellos dos, un total de 345.490 votos. El Parlamento gallego hubiese quedado (falseado también por la abstención que nunca contabiliza y la propia D´Hondt) con 38 escaños del Partido Popular, 20 escaños la coalición AGE-BNG y 17 escaños el Partido Socialista.

 
Esta especie de política ficción creo que indica lo que unos deberían corregir y otros unificar. Unos no lo harán. Y otros no lo harán del todo. Porque lo verdaderamente importante es recuperar el respeto de quienes se sienten fuera de esa política de falsa representación. Con más democracia directa, nada menos. Pero eso no les conviene a las cuentas de quienes diseñaron este sistema. Que ya sólo entiende de balances y de cuentas pendientes.

 
Manuel J. Ruiz Torres

jueves, 18 de octubre de 2012

MENTIRAS Y PRESUPUESTOS


El Partido Popular perdió las elecciones de 2004 porque mintió sobre la autoría del atentado de Atocha. El Partido Popular ganó las elecciones de 2011 porque mintió un programa de salida de  la crisis sin subida de impuestos ni recortes en educación, sanidad o desempleo. También ganó porque, previamente, el Partido Socialista decidió mentirse a sí mismo –y en la acción, a todo el que los creyó-  al escoger aplicar la cirugía liberal de la estabilidad, que en realidad es una poda sangrienta de miembros sanos,  a una crisis que había provocado la especulación capitalista, con los bancos como juez y parte del expolio. Que es tanto como querer curarnos con los mismos virus que provocaron la enfermedad, pero no debilitados como en una vacuna, sino envalentonados, engallados, chulescos,  en su reconocimiento de solución única. Como mentiras, ni siquiera son muy elaboradas. Son mentiras sin guión, sin in crescendo dramático, sin grandes actrices y actores dándose réplica. La política se ha instalado en la medianía previsible de una serie televisiva que hablara de conflictos amables entre vecinos de bloque. “No se puede hacer otra cosa”, diría el presidente de Comunidad. “Cierto, qué fastidio”, murmullarían quienes fueron a la reunión, en vez de estar en una playa permanente.  Porque, naturalmente, quien miente necesita de la credulidad de los demás, que  es una actitud que requiere cierta indolencia personal, con sus dosis de resignación y escapismo.

La semana que viene se van a discutir en el Congreso los nuevos Presupuestos Generales. Son mentira. Lo que de allí salga estará condicionado por los mercados, ese ectoplasma sobrenatural que nos ha poseído.  Como en las series, nos sabemos el final, porque ya viene repitiéndose.  Los actuales Presupuestos Generales para 2012 se aprobaron el 28 de junio y se publicaron en el BOE dos días más tarde. Allí se recogen las previsiones de ingresos por impuestos, con sus deducciones y beneficios fiscales, así como todos los gastos públicos a realizar; entre ellos, los cuantiosos capítulos de personal, inversiones o transferencias a otras administraciones. Sólo trece días después, el Consejo de Ministros aprobó, en decreto-ley, la subida general del IVA, quitó la paga extra y redujo los días de vacaciones del convenio de empleados públicos, redujo el subsidio de desempleo y anunció la supresión de bonificaciones a la contratación, eliminó la ayuda estatal a las hipotecas para compra de vivienda y la deducción en IRPF para las que se adquieran a partir de enero, reformó la administración local y “reordenó” la ley de Dependencia. Es decir, revocó sus propios Presupuestos Generales. En trece días.

Estos que vienen son también mentira. Pero, además, injustos. Podrían mentirnos el paraíso, escribirnos una novela bonita que acabara bien, hacer un brindis al sol anunciando que sus políticas carniceras han aplacado a las fieras y han servido para algo. Pero necesitan alimentar el derrotismo para que todo lo perdido se acepte como irremediable. Por eso prefieren esta mentira presupuestaria que escenifica un aumento del castigo, igual que el entrenador domestica a sus animales con sufrimiento.  Cuando, la semana que viene se rodee el Congreso para protestar contra los falsos Presupuestos, se estará haciendo, sobre todo, contra quienes convierten en pantomima formal su obligación de rendir cuentas al pueblo del uso de su dinero.

Manuel J. Ruiz Torres

martes, 2 de octubre de 2012

CATALUÑA


Creo que falta verdadero afecto en muchas reacciones españolistas al anuncio de una posible separación de Cataluña. De hecho, creo que, en este momento, se entendería mejor el estado de nuestras relaciones si utilizáramos más el símil de una pareja en conflicto y no el de socios mal avenidos de una misma empresa. Lo que viene a decirnos Cataluña es que se está pensando el divorcio. Y a nadie que quiera conservar a su pareja se le ocurre, ante ese anuncio, amenazarla con hacerle la vida imposible, quitarle la casa y la hacienda o llevarla a la indigencia, si nos deja. No son maneras de recuperar afectos puestos en duda. Las parejas, sean del género o ciudadanía que sean, reaccionan mal ante los ultimátum. Esa españolidad que ahora pide tanques o el boicot de productos catalanes, responde como amantes despechados que confunden el amor con un campo de minas. Y que, en su testosterona ciega, no les reconocen a los demás el derecho de emparejarse o, si así lo quieren, de vivir sin nadie, libremente.

 
Porque lo que realmente pide ahora Cataluña no es el divorcio, sino su propio derecho a ese divorcio. Ahora prácticamente nadie defiende un matrimonio obligatorio de por vida aunque, en su caso particular, no esté pensando en divorciarse. Lo que hoy se asume como una aberración es obligar a alguien a convivir con alguien con quien se lleva mal, o le produce un desánimo permanente. Pero eso que hoy es lo normal, estaba prohibido hace sólo 31 años. La Ley de Divorcio, de 1981, sólo tuvo 102 votos a favor, 22 en contra y 117 abstenciones. Se opuso radicalmente la entonces Alianza Popular, donde ya militaban Aznar y Rajoy, y el sector democristiano de UCD. Esa votación no se correspondía con la opinión de la sociedad, mucho más práctica. Cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas preguntó, por primera vez, en 1980, sobre la justificación del divorcio, sólo un 13 %  no lo consideraba justificado en ningún caso.  En 1994 un porcentaje parecido, un 14 %, creía que debía permanecerse en el matrimonio aunque éste funcionara mal. En el último estudio que conozco, 2003, eran un 9% quienes no aceptaban (qué verbo) el divorcio. Sin embargo, esa amplia mayoría que, razonablemente, creen que el divorcio es la solución para un mal matrimonio, un 80 % en el 2003, no se corresponde ahora con quienes creen que se debe extender este mismo derecho de autonomía vital a los pueblos. Quizás por la misma virulencia emocional -como el último bastión del honor patriarcal- con la que algunos quieren contaminar el debate.

La autodeterminación es el derecho a divorciarse, a no compartir un proyecto común si una de las partes así lo quiere. Negar ese derecho, incluso cínicamente en nombre de la democracia, es defender la unión por la fuerza antes que por decisión propia. El matrimonio forzado por rapto antes que por amor. Es decir, negarles a los pueblos lo que nos parece evidente en las personas. Lo ejerza Cataluña, Gibraltar o Ceuta, por citar ejemplos históricos muy distintos, y que la hinchada recibe según sus expectativas de ganar el partido. Después de reconocido ese derecho, se podrá dar o no la situación de que alguien pida ese divorcio. Y sólo entonces sería el momento de debatir y de negociar la relación futura por el bien de los hijos comunes.

Y, para que nadie se confunda, no me gustaría separarme de Cataluña, a la que tanto amo. Cívica, culta, vitalista, eficiente, productiva, plural, divertida, abierta. En muchos aspectos, lo que me gustaría que llegara a ser el resto de lo que hoy conformamos España, un territorio cambiante y no inamovible, no se olvide, a lo largo de la Historia. Sólo que, aquí, en lugar de ese respeto que mejore la relación, o la salve, ya hay quien pide, como medidas cautelares, la cadena perpetua.
 
Manuel J. Ruiz Torres