viernes, 23 de noviembre de 2012

LA PRENSA IMPRESCINDIBLE



En muchos zócalos de México y de toda Latinoamérica aún existe el oficio del escribidor, que se encarga de poner en papel las peticiones oficiales, pleitos, añoranzas o deseos amorosos de quienes no saben escribirlo pero sienten la necesidad de esa comunicación en su piel o en su economía. Dicen que ese oficio desaparecerá cuando la población esté alfabetizada. No lo creo, porque su especialización es semejante a la de médicos o abogados, que hacen de guías por terrenos que la mayoría desconocemos. De hecho, el oficio de escribidor hace iguales ante los vericuetos escritos a quienes saben y a quienes no saben de eso. Lo mismo que hay quienes también nos igualan a quienes somos analfabetos en fontanería, electricidad o manejo de ordenadores. En nuestro contexto esos y esas escribidores trabajan en periódicos. Sólo que, al multiplicar su capacidad de difusión, no sólo guían e igualan al cliente puntual que les necesita, sino que trabajan por la igualdad de la sociedad entera.

 
Cuando un periódico, como aquí el Diario de Cádiz, se plantea despedir a un tercio de quienes lo escriben, está cometiendo un inconcebible ejercicio de negación del sentido de su propia existencia. Transmite a la sociedad que esos y esas periodistas no son imprescindibles para seguir contándonos lo que pasa. Y, en esa lógica, si se niega lo imprescindible de ese oficio, ¿cómo justificar que seguirá siendo imprescindible el medio donde se transmite? Si la empresa no defiende su propia utilidad, la sociedad puede creer que puede vivir sin prensa. Que es tanto como quedarse sin mirar hacia fuera de uno mismo.

 
Por desgracia, hace tiempo que las empresas de comunicación se quedaron sólo en empresas. Ya ni siquiera con ese espíritu de pervivencia de los negocios familiares, grandes y pequeños, que trabajaban no tanto para ganar lo máximo hoy sino para que siguieran viviendo de ello sus descendientes. Para aumentar la ganancia inmediata, el periódico se somete a sus anunciantes, empresas y políticos que pueden romper la hucha pública para permitirse arrinconar o eliminar directamente las noticias incómodas. Para que crezca esa misma ganancia, se manda al paro a profesionales formados y se obliga a quienes se queden a redoblar su esfuerzo, porque da igual la calidad de lo que se ofrezca. Por ese beneficio, se prescinde de buscar fuera lo que ocurre, y por supuesto de reflexionar sobre ello, porque ya les vienen dadas las notas de prensa desde los distintos poderes. Pero, con una prensa convertida en empresa de anuncios, sin calidad, manipulada y sin esa función de entender la realidad, que es su sentido, ¿qué clientes espera conservar en el futuro esa empresa tan saneada como prescindible?

 
Manuel J. Ruiz Torres