miércoles, 18 de junio de 2014

NOS ENVENENARON


En unas horas (hoy mismo, 18) se presenta “Sin comillas”, libro que recopila artículos periodísticos de 22 autoras y autores con sus muy particulares maneras de entender la realidad, o  sus sucedáneos. Yo soy uno de esos autores. Como me pedían varios artículos publicados y uno inédito, me vi en la tesitura de releer mis opiniones de hace unos años, en especial los artículos políticos que bajo el título de “Los Peligros” publiqué en La Voz de Cádiz. Es decir, hace entre cinco y diez años. Lo pasé mal en esa selección porque no me reconozco ahora en aquella persona templada, tolerante, comprensiva con quienes no pensaban como yo. Argumentaba entonces cada opinión, citaba leyes, normas que se incumplían en cada crítica que les hacía. Nunca llamé a nadie mentiroso, porque eso suponía prejuzgar sus intenciones de engañarnos. En esos casos, sólo señalaba que lo que decía quien fuera no era cierto. Y recuperaba datos de la hemeroteca, declaraciones donde se pedía en la oposición lo que se negaba en el gobierno. Y viceversa. Creía en esta democracia, incluso en su aceptado juego de hipocresías que garantizaba cierta convivencia. Ya no creo.

En tan pocos años han vaciado tanto de contenido ese pacto chantajista que supuso la transición, que lo que queda ahora es sólo el culto oficial, la liturgia cada vez más preconciliar, en latín y de espaldas al público, repetitiva y autoindulgente, de elegir quienes harán lo que les dé la gana hasta la próxima. A base de quedarse con todo el sistema nos han dejado fuera a los demás. Parece que sigue sin importarles. Ya pudieras votar socialista que las circunstancias del mercado convirtieron tu elección en soluciones neoliberales para un drástico recorte del gasto social; ya votaras, a la siguiente, a los populares que, el mismo mercado de antes, convirtieron tu elección en soluciones estalinistas, como la nacionalización de la deuda. En lo que coincidieron ambos es en que había que pagar antes esa deuda que crecer como país, sin cuestionar si la deuda era justa y quienes la habían contraído, para que se la pagaran ellos, como hago yo con mi hipoteca. Nos envenenaron.

A ese primer gran legrado de la Constitución, le han seguido otros, no insignificantes. A la decepción socialista le ha seguido, con el gobierno popular, todo un desmantelamiento de derechos reconocidos, al menos nominalmente, en esa misma Constitución, sólo intocable para lo que les interesa. Pero si fue un pacto, donde unos y otros cedieron, ahora se elimina lo que los totalitarios creen que cedieron ellos. Se han cargado la tutela de la justicia poniéndole un precio a quien litigue, dejándola como un arma para amedrentar a quien no pueda pagársela. Se cargaron esa misma justicia promocionando sólo a los jueces propios, expulsando a quienes los persigan. Se cargaron poder dirimir las distintas interpretaciones de la Constitución nombrando a un militante propio como árbitro del partido. Se cargaron los medios de comunicación privados comprándolos con dinero de todos; se cargaron la credibilidad de los públicos poniéndolos a su servicio. Son ejemplos de apropiación indebida de esa Constitución.

El derecho de manifestación, tan fundamental, ha pasado a someterse a la interpretación interesada de cualquier Delegada del Gobierno. El de igualdad ya ha desaparecido hasta del Código de Circulación. El de la libertad personal va camino de depender más de la autoridad que de la justicia. El derecho a la educación se queda para quien pueda pagársela. Se quita de la pública lo que se da a quienes defienden la misma moral excluyente del gobierno. La sanidad vuelve a ser un negocio sucio que cuenta muertos en sus balances de resultados. El derecho al trabajo ya se tilda de antisistema. Nos envenenaron estos insaciables.

Se dicen liberales pero ya están entrando a saco en mi vida privada. No quieren que comparta coche; ni que comparta casa con quienes no formo una “familia”, tal como la entienden ellos, tan católicos; ni que sea emprendedor de mi propia energía alternativa; ni que apoye con mi escaso dinero proyectos culturales que no controlan. Legislan sobre la privacidad sexual de las mujeres, maquillan las estadísticas de malos tratos, indultan la agresión sexual. Castigan con cárcel mis opiniones, por muy incorrectas que les parezcan. Ya no tengo ni derecho de alegrarme si se muere alguien cruel, ni de apoyar una protesta en las redes por si acaba en disturbios, ni de despotricar de unos símbolos que me han impuesto, ni de elegir lo que mi corazón llama patria, coincida o no con la de ellos. Ahora se peca de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Ellos incumplen su parte del pacto constitucional pero quieren que nosotros cumplamos la nuestra: monarquía, economía de mercado, indisoluble unidad. No soy tolerante, ni comprensivo, ni sumiso con quienes me hacen la vida imposible. Ya no defiendo ese espacio común porque ya no existe. Hay que crear otro. Sigo creyendo en la política, con otras maneras. En lo que quiero que venga cabe mucha, muchísima gente, expulsada del sistema, fuera del mismo. No es un proyecto de progresistas o conservadores (tiempo habrá de discutir luego) sino de respeto mutuo: no nos roben, no nos engañen, no se crean mejores (ni peores) que nosotros, defiendan lo público porque es de todos, repartan, protéjannos porque somos iguales que ustedes, pidan perdón cuando se equivoquen, váyanse cuando no sepan qué hacer, no quieran vivir de nosotros, hagámonos todos la vida mejor. Nos envenenaron tanto que ya notamos que nos crecieron las defensas. De hecho, no pierdo la esperanza de volver a ser tolerante. Después de la limpia.

Manuel J. Ruiz Torres