martes, 16 de junio de 2015

GÓNGORA, INDIGNO CONCEJAL DE CULTURA


De todo este escandalito de los tuits de Guillermo Zapata, lo que más me molesta es que las diversas izquierdas sigan tan faltas de una moral propia que, a la primera, sigan comprando la moral hipócrita y mojigata que la derecha impone siempre como verdad única. En vez de tantas disculpas, he echado en falta más gente que defendiera el derecho libre a pensar, según sea cada cual y según se sienta en ese momento, sea limpio o sucio, mayoritario o bizarro; y a poder decir libremente lo que se piensa, sin más condicionante que un cierto sentido de la oportunidad. Es decir, temporal en todo caso. Una libertad de expresión de la que se rinda cuentas, a posteriori, con severidad, en casos de injurias o calumnias personales. Una libertad que no se mida sólo porque moleste a toda esa gente que se enoja con cualquier idea que no coincida con las suyas.

En este escenario mediático desigual, sólo he visto actitudes defensivas, poniendo ejemplos de la impunidad con la que, esos mismos que se escandalizan, bromean y nos hieren continuamente, mientras se mofan de las víctimas que no consideran suyas. Entiendo que, como primer paso, hace falta esa denuncia. Que no es, como en seguida han señalado los de la moral única, el “y tú más”, sino un “tú eres un hipócrita”. Cuando lo que se denuncia es la hipocresía, por fuerza hay que poner ejemplos de gente que defiende una cosa y hace lo contrario. Pero ha faltado entrar en el asunto. El humor siempre –siempre- se burla de alguien. De gente cruel, bondadosa, incapaz, corriente, distinta, hombre, mujer. Las situaciones reales, cotidianas o no, llevadas a la exageración suelen hacernos reír, precisamente por su ridiculez. Casi siempre el chiste se queda ahí, en una descarga liberadora, en la sola risa. Pocas veces llevan a la reflexión sobre por qué nos llegan a parecer ridículos comportamientos que vemos tan a menudo. Pocas veces nos detenemos en ver la corriente vitalmente conservadora –es decir, pesimista, desconfiada- sobre la que se sostienen muchos chistes y refranes. Algunos nos parecen graciosos, otros aburridos. Desafortunados por fallidos, no porque nos escandalicen. Porque el humor, como cualquier otra opinión, es subjetivo. Te gusta o no te gusta. Y, naturalmente, empieza por uno mismo.

El humor, en tanto que exageración elaborada, es creación. No es la realidad sino una fábula de la realidad. Y ya cansa empezar con esa obviedad. No es lo mismo contar chistes antisemitas que homenajear a quienes combatieron con los nazis contra los judíos. No es lo mismo entender la sicología de un asesino para escribir una novela que ser un asesino. No es lo mismo gustarte los documentales de guerra que querer participar en una. Si se me permite descender al nivel escolar, con estos ejemplos, para señalar a los que encienden esta hoguera. Siempre ha habido inquisidores, dueños de la supremacía moral, sus únicos intérpretes. Quienes deciden qué es lo intolerable. La moral imperante nos establece los límites de lo que es admisible. Un chiste de judíos, no lo es; pero hay manga ancha para ridiculizar a los catalanes. Un chiste de musulmanes es libertad de expresión; uno de torturas puede acabar en delito de injurias. Góngora escribió pornografía, Quevedo tiene poemas machistas y antisemitas, Cervantes le escribió al hampa sevillana de valentones y rameras, Moratín se rindió en odas a las putas, Lorca llamó jorobados a los guardias civiles en un poema, Rafael Azcona se burló del sacrosanto oficio de verdugo en España. Ninguno de ellos, tan incorrectos, les serviría para concejal de Cultura.


Manuel J. Ruiz Torres