En unas horas (hoy mismo, 18) se presenta “Sin comillas”,
libro que recopila artículos periodísticos de 22 autoras y autores con sus muy
particulares maneras de entender la realidad, o
sus sucedáneos. Yo soy uno de esos autores. Como me pedían varios artículos
publicados y uno inédito, me vi en la tesitura de releer mis opiniones de hace
unos años, en especial los artículos políticos que bajo el título de “Los
Peligros” publiqué en La Voz de Cádiz. Es decir, hace entre cinco y diez años.
Lo pasé mal en esa selección porque no me reconozco ahora en aquella persona
templada, tolerante, comprensiva con quienes no pensaban como yo. Argumentaba
entonces cada opinión, citaba leyes, normas que se incumplían en cada crítica
que les hacía. Nunca llamé a nadie mentiroso, porque eso suponía prejuzgar sus
intenciones de engañarnos. En esos casos, sólo señalaba que lo que decía quien
fuera no era cierto. Y recuperaba datos de la hemeroteca, declaraciones donde
se pedía en la oposición lo que se negaba en el gobierno. Y viceversa. Creía en
esta democracia, incluso en su aceptado juego de hipocresías que garantizaba
cierta convivencia. Ya no creo.
En tan pocos años han vaciado tanto de
contenido ese pacto chantajista que supuso la transición, que lo que queda
ahora es sólo el culto oficial, la liturgia cada vez más preconciliar, en latín
y de espaldas al público, repetitiva y autoindulgente, de elegir quienes harán
lo que les dé la gana hasta la próxima. A base de quedarse con todo el sistema
nos han dejado fuera a los demás. Parece que sigue sin importarles. Ya pudieras
votar socialista que las circunstancias del mercado convirtieron tu elección en
soluciones neoliberales para un drástico recorte del gasto social; ya votaras, a la
siguiente, a los populares que, el mismo mercado de antes, convirtieron tu
elección en soluciones estalinistas, como la nacionalización de la deuda. En lo
que coincidieron ambos es en que había que pagar antes esa deuda que crecer
como país, sin cuestionar si la deuda era justa y quienes la habían contraído,
para que se la pagaran ellos, como hago yo con mi hipoteca. Nos envenenaron.
A
ese primer gran legrado de la Constitución, le han seguido otros, no
insignificantes. A la decepción socialista le ha seguido, con el gobierno
popular, todo un desmantelamiento de derechos reconocidos, al menos
nominalmente, en esa misma Constitución, sólo intocable para lo que les
interesa. Pero si fue un pacto, donde unos y otros cedieron, ahora se elimina
lo que los totalitarios creen que cedieron ellos. Se han cargado la tutela de
la justicia poniéndole un precio a quien litigue, dejándola como un arma para
amedrentar a quien no pueda pagársela. Se cargaron esa misma justicia
promocionando sólo a los jueces propios, expulsando a quienes los persigan. Se
cargaron poder dirimir las distintas interpretaciones de la Constitución
nombrando a un militante propio como árbitro del partido. Se cargaron los
medios de comunicación privados comprándolos con dinero de todos; se cargaron
la credibilidad de los públicos poniéndolos a su servicio. Son ejemplos de
apropiación indebida de esa Constitución.
El derecho de manifestación, tan fundamental,
ha pasado a someterse a la interpretación interesada de cualquier Delegada del
Gobierno. El de igualdad ya ha desaparecido hasta del Código de Circulación. El
de la libertad personal va camino de depender más de la autoridad que de la
justicia. El derecho a la educación se queda para quien pueda pagársela. Se
quita de la pública lo que se da a quienes defienden la misma moral excluyente
del gobierno. La sanidad vuelve a ser un negocio sucio que cuenta muertos en sus
balances de resultados. El derecho al trabajo ya se tilda de antisistema. Nos
envenenaron estos insaciables.
Se dicen liberales pero ya están entrando a saco
en mi vida privada. No quieren que comparta coche; ni que comparta casa con
quienes no formo una “familia”, tal como la entienden ellos, tan católicos; ni que
sea emprendedor de mi propia energía alternativa; ni que apoye con mi escaso dinero
proyectos culturales que no controlan. Legislan sobre la privacidad sexual de
las mujeres, maquillan las estadísticas de malos tratos, indultan la agresión
sexual. Castigan con cárcel mis opiniones, por muy incorrectas que les
parezcan. Ya no tengo ni derecho de alegrarme si se muere alguien cruel, ni de apoyar
una protesta en las redes por si acaba en disturbios, ni de despotricar de unos
símbolos que me han impuesto, ni de elegir lo que mi corazón llama patria,
coincida o no con la de ellos. Ahora se peca de pensamiento, palabra, obra y
omisión.
Ellos incumplen su parte del pacto constitucional pero quieren que
nosotros cumplamos la nuestra: monarquía, economía de mercado, indisoluble
unidad. No soy tolerante, ni comprensivo, ni sumiso con quienes me hacen la
vida imposible. Ya no defiendo ese espacio común porque ya no existe. Hay que
crear otro. Sigo creyendo en la política, con otras maneras. En lo que quiero
que venga cabe mucha, muchísima gente, expulsada del sistema, fuera del mismo. No
es un proyecto de progresistas o conservadores (tiempo habrá de discutir luego)
sino de respeto mutuo: no nos roben, no nos engañen, no se crean mejores (ni
peores) que nosotros, defiendan lo público porque es de todos, repartan, protéjannos
porque somos iguales que ustedes, pidan perdón cuando se equivoquen, váyanse
cuando no sepan qué hacer, no quieran vivir de nosotros, hagámonos todos la
vida mejor. Nos envenenaron tanto que ya notamos que nos crecieron las
defensas. De hecho, no pierdo la esperanza de volver a ser tolerante. Después de la limpia.
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