Mi hija creció con unos cuentos
infantiles que protagonizaba un Teo de cara oronda y sonriente, resuelto, ingenioso,
comprensivo y solidario con los otros niñas y niños que poblaban su mundo de
pastas duras y dibujos de colores optimistas. Pronto, tendría tres años,
conoció a la otra Teo. Fue en una Feria del Libro, donde siempre se movió con
desparpajo. Allí, sentada en la tarima, la vimos hablar animadamente con la Teo
real. Cuando le preguntamos qué le había contado, contestó que le había
preguntado si ella era la bruja que cierra la playa. Por aquel entonces, cuando
la sequía, había que correr de la playa para llegar a casa con tiempo para
ducharse, antes de los cortes de agua. Cádiz se dividía, entonces, entre
quienes tenían depósito en su bloque y no padecían los cortes de agua, y los
que no lo tenían y estaban sometidos a ese horario impuesto desde los servicios
municipalizados. Nosotros, que teníamos depósito, cumplíamos el horario porque
lo creíamos parte de la educación de igualdad que queríamos para nuestra hija.
Lo que aprendió de todo aquello, como siempre, fue mucho más.
Aprendió que no
todos éramos iguales, pues algunos se quedaban en la playa cuando mejor se
estaba, y no entendía esa injusticia. Y aprendió que no todos éramos
solidarios, porque los vecinos de arriba no sólo se duchaban ya de noche, sino
que luego –se oía perfectamente- llenaban la bañera, para vaciarla entera al
levantarse por la mañana. La llenaban por si les hacía falta. En su imaginario,
sólo una bruja podía obligarnos a irse de la playa, es decir cerrarla, aunque
no fuera tan rigurosa con los que dejaba quedarse, seguramente amigos suyos.
Pudo decírselo en persona. Imagino que ante la descomposición de quien la oyó,
sometida a esa obligada corrección de tener que sonreírle al niño o niña que te
está dando patadas en la espinilla. Ese día también aprendió que tener el mismo
nombre no significa ser la misma persona.
Desde entonces Teo fue sólo el de los
cuentos, al que quería parecerse. Y la otra, era la bruja que cierra la
playa. A la que no quiso parecerse nunca. En estas elecciones va a votar por
primera vez quien quiere que sea quien gobierne la ciudad donde nació. Sé que
no va a confundir el cuento de su infancia con el morro de echarle cuento. Como
tampoco confunde infantil con infantilismo. Porque ahora la Teo que no es
oronda ni sonriente, parece que también quiere parecerse al del cuento. Y
juega por la ciudad al lego con las
letras grandes de su nombre, grandes como de jarrón o de cuento chino. Las
coloca, estorbando, frente al Ayuntamiento, delante de las Puertas de Tierra, donde ella
quiera. Las coloca porque puede, porque le gusta mucho su nombre. Para que las
otras niñas y niños no le quiten la llave de cerrar sitios.
Manuel J. Ruiz Torres
No hay comentarios:
Publicar un comentario