Espero con entusiasmo las
próximas elecciones en Cádiz. Aparco, de momento, el disgusto de que el cambio
que me gustaría para esta ciudad no se presenta como una única opción sino como
dos, a las que me cuesta diferenciar. Sé que no soy el único, y tiempo habrá
para que cada cual asuma su parte de responsabilidad en que esa unión no se dé
aquí pero sea posible en otros sitios. Pero sigo esperanzado. Elegiré por las personas. En la vida he
tomado muchas decisiones por las formas. De hecho, si estoy tan entusiasmado
con estas municipales es porque estoy convencido de que van a cambiar las
formas. Cuando han deteriorado tanto las formas, recuperarlas supone una enorme
profundización en la democracia participativa.
Para empezar, espero una ciudad
donde se cumpla la legalidad. Donde, si nada menos que una Ley Orgánica dice
que, en periodo electoral, “queda prohibido cualquier acto organizado o
financiado, directa o indirectamente, por los poderes públicos que contenga
alusiones a las realizaciones o a los logros obtenidos”, no tengamos más una
alcaldesa ventajista que haga “visitas técnicas” a la rotonda que construye
otra administración de un puente que construye otra administración. Una ciudad
donde la nueva alcaldía acatara la reprimenda de la Junta Electoral por no
cumplir la legalidad, en vez de hacer victimistas alusiones personales a la
presidenta de ese órgano judicial, como si todo fuera un asunto personal con
ella. Como espero una ciudad donde la nueva alcaldía no volviera a incumplir,
el mismo día de la reprimenda, otra vez la legalidad, visitando el mismo puente con
la ministra para anunciar su apertura en agosto. Y, si no cumple una ley orgánica, menos va a
cumplir la instrucción que la detalla donde, expresamente, se prohíbe el
reparto de folletos o las cuñas en televisión o radio detallando logros, propios o apropiados.
Que alguien gobierne considerando
legítimo competir con ventaja sobre las otras opciones, tiene que ver con la
vergüenza. Por eso espero un Ayuntamiento de Cádiz donde vuelva la vergüenza.
Donde si hace falta una televisión pública sirva a la promoción de la ciudad,
no a la carrera personal de quien la gobierne, sea quien sea. Un poco de
vergüenza para que ningún concejal esgrima información confidencial de un ciudadano
para amenazarlo. Donde el agua, la luz o los aparcamientos, municipalizados,
mejoren la calidad de vida de sus usuarios en lugar de financiar lo que no se
sabe. Porque recuperar la vergüenza empieza porque dejen de taparse, unos a
otros, las desvergüenzas. Por dar explicaciones sobre cómo se gastan lo que es
nuestro. Espero que la vergüenza nos traiga, a su vez, un poco de educación en
las formas de gobernar. Donde no haga falta gritar para decir que no se está de
acuerdo con alguien. Donde no se use el turno final para insultar a los demás, tachados
como poco de ignorantes. Donde se admita con sosiego la réplica. Donde no se
abandonen los plenos cuando empiezan las intervenciones del público, que no
gustan. Porque la educación, entendida como una conquista de lo civilizado y no
como un besamanos de súbditos, es sólo una expresión de respeto. Ya puestos,
estoy deseando ser gobernado con respeto. Por alguien que cuente no sólo los
que la votan sino también los que no la votan. Esa mayoría.
Manuel J. Ruiz Torres
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