Para
reinterpretar en concierto Hipnosis,
su primer disco como Lagartija Nick, rescatado
el pasado año, el grupo granadino estuvo en la Universidad de Cádiz el pasado
jueves, 18 de abril. Un día antes, para explicar –en lo posible- ese viaje
retrospectivo, dos de sus más destacados componentes mantuvieron un encuentro,
tan relajado como estimulante, con quienes se habían inscrito en esta segunda
sesión del nuevo ciclo, Tutores del Rock. Ambos, Antonio Arias y Eric Jiménez
formaban parte de la banda original que se estrenó, en 1991, con este disco
que, según algunos críticos, bebía de las fuentes del rock sucio, directo y
enérgico de los ochenta que, en la siguiente década, daría vida a toda esa
amalgama de opciones del rock alternativo, ya fuera de los gustos prefabricados
de lo comercial y declarados herederos del amplio espíritu ideológico del punk.
Lo que entonces supuso la novedosa irrupción de las discográficas
independientes como opción distinta a la de las grandes compañías terminaría,
con el éxito, formando parte de un mismo engranaje. Cierta decepción por esta
nueva homogeinización del actual panorama musical apareció en distintos
momentos del encuentro. “Cuando las compañías indies se quieren convertir en
multinacionales, poca novedad aportan”. O el más rotundo: “Las indies graban
mucha mierda”, ejemplificado en algún caso en la gran pantalla de la sala que,
a modo de ilustración, acompañó algunas de estas rotundas afirmaciones con la
proyección de videos musicales.
Que
ahora, veintidós años más tarde, retomen Hipnósis
quizás se deba a querer darse esa necesaria distancia de intenciones con lo que
ahora se cuece, aún estando ambos inmersos en grupos importantes de esta
actualidad; quizás por lo que de cierto tiene la ingeniosa ocurrencia lanzada
por Eric de que preparaba canciones para ser oídas treinta años más tarde. Con
esa cadencia, dijo, el reconocimiento de las de ahora le llegará en el
geriátrico. Es lo que llamó efectos retardados de su música. Cuando ahora Omega es un disco de culto, tan
despreciado en su momento, parece motivada esta revisión de ese primer disco,
ignorado también en su aparición. Entonces, Eric dejó la batería de KGB y
Antonio el bajo de su enorme grupo maldito de los ochenta, 091, para hacer algo
más duro. Lo contaba en Ruta 66, el mismo año de lanzamiento de Hipnósis: “Era
una estupidez que Lagartija Nick
sonara más blando y decidimos endurecerlo no por una postura de pose, sino
porque era lo que más nos estimulaba”. El disco, en vinilo, mal producido,
sonaba muy potente. En sus letras hay más cabreo que escepticismo, más
confrontación que evasión y escape. La música no es menos dura que sus letras
de masas hipnotizadas por la televisión, por los incipientes paraísos
artificiales de los videojuegos, por la resignación. Como diría también Eric,
que en diversos momentos del encuentro mostró su contrariedad por toda la
corrección política que está desactivando el rock actual: “El rock es
violencia”. No es una nana para dormir a nadie.
Eric Jiménez
Antonio
Arias quiso empezar por situar su disco en el contexto de lo que entonces se
editaba. Lo ilustró en pantalla con el “Efervescente”, canción de 1992 de Los
Bichos, el mítico grupo navarro de Josetxo Ezponda, fallecido sólo un día
antes. En otro momento, rescató otra canción “Voces en la jungla”, de 1983, del
grupo Los Monaguillosh, un pop oscuro con toques sicodélicos, como los que
también aparecen en el propio Hipnósis:
“voces en la jungla, con ecos que no acaban / voces sin garganta,
siniestramente aisladas”.
Cuando
tocó hablar de “Omega”, el impresionante trabajo de Enrique Morente y los
Lagartija, se describió lo que aquella experiencia –y luego el disco, y todo lo
que aún sigue produciendo-, supuso de choque entre dos mundos que se desconocían
mutuamente: el flamenco puro de Morente y el rock que entonces hacían. Nunca
fue un proyecto de fusión sino de infusión, utilizando una inteligente metáfora.
Música de fusión del flamenco con el rock ya la hacían estupendamente, dirían
ambos, grupos como Ketama o Pata Negra. Se trataba de pararse a
escuchar lo que el otro hacía, poner una cosa al lado de la otra. Como las
infusiones, ese contacto necesitó tiempo para ir convirtiéndose en algo tan
relevante. Antonio contó que existe mucho material aún inédito de ese “Omega”,
que saldrá, o no saldrá, cuando lo decida la familia. Y contó su propia sensación:
“cuando murió Morente estalló un planeta. Era el final de un sueño”.
Antonio Arias
Lo
importante, diría Antonio Arias en otro momento, es la trascendencia. Lo que
permanece en el pasado, el presente y el futuro. Y citó la importante presencia en
Granada, en los ochenta, de Joe Strummers, líder de los mismísimos The Clash, o los antecedentes de grandes
músicos de la ciudad, como Los Ángeles,
ese cuarteto guitarrero polivalente que arrasó en los sesenta y primera mitad
de los setenta, o el del propio Miguel Ríos. No se mostró tan conciliador Eric
en estos reconocimientos. Ahora el panorama de la música granadina es muy
brillante. Con mucha militancia compartida en distintos grupos que funcionan
como promiscuos vasos comunicantes: Los Planetas,
Evangelistas, Eskorzo,
Niños Mutantes, Grupo de Expertos Solynieve, o los más jóvenes Lory Meyers o Napoleón Solo.
Sobre esta intercomunicación ambos músicos presentaron dos posturas
encontradas. Mientras Antonio defendió ese espacio común basado en un mismo
compromiso por la música, Eric se quejó de la hipocresía de “buen rollito”
entre bandas, defendiendo la competitividad, la pelea dura por espacios propios.
Han
cambiado mucho las cosas desde aquellos primeros noventa. Ahora los grupos, diría
Antonio, vienen mejor preparados pero, como está ocurriendo en toda la
sociedad, está desapareciendo la clase media. Hay una enorme diferencia de
medios entre unos grupos y otros: los hay muy grandes, que se llevan con muchísima
promoción, mientras todos los demás se mueven en la pura autogestión. Las compañías
no arriesgan en nuevos temas de grupos históricos, prefieren las reediciones,
tirar del fondo de catálogo. También Internet ha atomizado los públicos, al
acotar y personalizar tanto las preferencias. Las enormes posibilidades de
difusión han acortado la vida de las canciones. “Ahora se queman en tres meses,
cuando antes podían durar dos años”, contó Antonio. Quizás por esa misma voluntad de trascendencia
temporal ahora los efectos de su Hipnósis
llegan a su mejor momento.
Manuel
J. Ruiz Torres
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