Hoy,
poco más de un año después de que los responsables políticos aseguraran que no
volverían a darse más impagos, vuelven a encerrarse en la Escuela de Hostelería
de Cádiz por la apatía con la que la Junta de Andalucía deja pudrirse el mejor
vivero de talento para la hostelería gaditana que hemos tenido nunca. En medio
de esa desgana con la que una cadena de incompetentes políticos dejan pasar el
tiempo, sin capacidad para salir de una maraña burocrática que han engordado
ellos mismos, está la tragedia personal de las trabajadoras y trabajadores de
esta Escuela a los que, desde hace siete meses, no se les paga el trabajo que
hacen.
A esos políticos no les reclamo la responsabilidad de que se vayan si no
saben hacer su trabajo. Porque, escuchándolos, estoy convencido de que no saben
cuál es su trabajo. Es gestionar, es administrar, es resolver. Es crear
riqueza, no es secar, no es aburrir, no es desmotivar la que hay. No es justificar el poco interés y el poco tiempo
que sus superiores le dedican a fortalecer el sector principal de la economía gaditana,
el turismo. Es convencer a esos mismos ilustrísimos de que no es –como parecen
creer- un problema menor, mal cuantificado en el número de quienes trabajan en
la Escuela, sino algo tan fundamental como que la formación termina por decidir
a nuestros posibles visitantes por un destino u otro.
Hay muchos destinos más
baratos que nuestra provincia, con tan buen clima como el nuestro, con una
naturaleza tan hermosa y con unos ingredientes tan sabrosos como los nuestros.
Si, al final, seguimos creciendo frente a las nuevas competencias es porque el
turismo y la hostelería gaditanas están, en su mayor parte, en manos de
personas formadas. Profesionales capaces de sorprender, de enriquecer, de
mejorar un destino ya rico en lo natural. Una buena mesa y un buen hotel,
comentado luego en la satisfacción de quienes nos visitaron, son nuestra más
inmejorable publicidad. No sólo esos FITUR, ni esos viajes de promoción, ni
esas megapresentaciones lujosas a la que tan gustosos se apuntan esos mismos
políticos, y que no son más que vender humo tras humo si no existieran,
sosteniendo el interés creciente por lo gaditano, tantos profesionales
preparados en darle dignidad a este generoso trabajo. Ese es el verdadero
problema de quedarnos sin la Escuela de Hostelería de Cádiz, de donde han
surgido muchas y muchos de los reconocidos como los mejores.
A estas alturas, a
esos políticos de la mensajería, conformes con hacer de meros intermediarios,
apocados en no perturbarles la tranquilidad a quienes les mandan desde Sevilla,
sólo les pido que se crean lo que dicen. Que defiendan esos discursos que
alguien les escribe y sueltan sin arrugarse, sin que se les caiga la cara de
vergüenza, tan bonitos. Eso de que el turismo es nuestra industria fundamental,
la gran bolsa de empleo. No lo digo yo, lo dicen ellos. Un trabajo que, como también
enseñan en la Escuela, incluyendo lo que de enseñanza tiene este encierro y
esta lucha, tiene su principio en la dignidad. Condiciones de trabajo dignas y
un salario digno, incluyendo el cobrarlo en cuanto se realiza. No deberían
olvidarlo quienes ganan elecciones con la bandera –tan ondeada, tan bien sonante, tan correcta-
de la defensa de la dignidad de los trabajadores. Pero, cuando se ponen
elegantes, parecen olvidar no sólo cuál es su trabajo sino qué defienden.
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