La mal llamada Ley de Seguridad Ciudadana que
aprobó ayer el Congreso supone desmantelar todo el capítulo de derechos y libertades que la desnutrida Constitución aún mantenía. Difícilmente puede
aportar “seguridad” una ley que elimina la elemental seguridad jurídica de que
sólo te condenen por algo que esté expresamente prohibido. Ahora queda a la
ambigua interpretación de lo que “pueda alterar el orden público”, coletilla
con la que terminan los artículos de la mayoría de las situaciones que
penaliza. Que es tanto como meter en la ley un “etcétera” que le sirva de
comodín a quien interese.
Con esta ley, cualquier autoridad puede suspender una
manifestación legal sólo con considerar peligrosas las pancartas, por si se pudieran
usar como palos. Cualquiera puede prohibir lo que considere irritante para
alguien, por prever una reacción airada de los ofendidos. Ya sea un acto por la
laicidad o una concentración de hinchas. Es una ley preventiva, pues castiga según
las presunciones o los prejuicios de la autoridad, no siempre por hechos ya
realizados. Vuelven a penalizar grupos, no personas que cometen delitos
concretos. En esa generalidad de vagos y maleantes, la ley permite castigar
(con multas, con cacheos) por el aspecto, el pelaje, las ideas o la vida privada
(estar donde no deberían estar, según ellos, por ejemplo).
Es una ley
ventajista pues defiende especialmente a quien la promulga. Capacita para
multar todo lo que les moleste: manifestaciones, escraches, protestas
pacíficas, críticas y convocatorias en redes sociales. Es una ley elitista que,
aunque no le gusta al ochenta y dos por ciento de los encuestados, el gobierno
mantiene en su convencida Ilustración paternalista. Es una ley justiciera,
donde quien denuncia y quien castiga es la misma autoridad. Es una ley que saca
ese castigo, que ahora será un trámite administrativo, de las garantías de un
juicio justo, imparcial, con presentación de pruebas y testigos, y con
presunción de inocencia. Esta derogación de la protección jurídica se completa
con su también exclusivista Ley de Tasas, que sólo permite recurrir la
arbitrariedad de esos castigos a quienes puedan pagárselo.
Es una ley inhumana
que hace imposible el derecho de asilo. Es una ley opaca, que facilita la
impunidad de posibles delitos cuando castiga la mera difusión de intervenciones
policiales. Si éstas son abusivas, desproporcionadas o discriminatorias están
penadas por el Código Penal. No se entiende que la obtención de pruebas, si
ayudan a esclarecer cualquier delito, se considere colaboración con la justicia
en todos los demás casos, pero merezca una fuerte multa si quienes delinquen
llevan uniforme. En este exceso de celo protector, llegan a transmitir la
desconfianza que el legislador parece tener en el cumplimiento legal de sus
funciones de protección del libre ejercicio de derechos y de garantizar la
seguridad ciudadana. Entendido en un sentido políticamente neutral, profesional
y de servicio público. Este es el problema. Se legisla como si la seguridad ciudadana
fuera sólo un asunto de orden público en el que se castigan las reacciones que
no gustan pero no lo que las causa. El ideario y muchas de las propuestas de
esta ley mordaza ya estaban, literalmente, en la Ley de Orden Público de 1959.
Pero eso no es remover el pasado. Es imponerlo.
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