lunes, 10 de noviembre de 2014

UNO DE LOS NUESTROS


El principal problema de la corrupción es la comprensión con la que buena parte de la sociedad juzga cada caso, según la simpatía o la afinidad que personalmente les despierta quien se beneficia de ella. Si esa comprensión se volviera rechazo absoluto a todos los casos, sin buscarle atenuantes o justificaciones a “nuestros” corruptos, podríamos hablar ya de casos aislables, a los que aplicar la ley. Pero la ley no resuelve ni los entramados de complicidad ni, mucho menos, las oscuridades con las que quien hizo esa ley quiso proteger a “lo suyos”.

En pocos días, hemos visto como multitud de firmas pedían un trato de impunidad para Isabel Pantoja, sólo porque les cae bien o porque consideran “menor” su corruptela, se supone que en comparación con otras más odiosas, las que practican los que no les caen bien. Desconfío de los que personalizan su indignación, nombrando solo por su nombre la podredumbre que afecta a los que él o ella no votarían nunca, ya se quejen de la Gürtel o de los EREs, para añadir, como un limbo, “y las demás cosas que pasan”. Se dice que lo que no se nombra no existe, al menos en la voluntad de quien habla. No se extrañen luego de que los partidos hagan, con los suyos, lo mismo que sus votantes. Entenderlos y protegerlos. A las pocas horas de saberse lo de los viajes de Monago, ya había salido su partido justificando esas visitas como de trabajo en las Canarias, aunque ninguno de sus correligionarios allí habían tenido reunión alguna con el viajante y les cogió con la hora cambiada para sumarse a la coartada. Si estuviera aislado, vigilado por quienes -tan de boquilla- defienden la integridad de los suyos, esa situación se habría sabido antes. Por eso me parece más grave lo que no se sabrá nunca, por la misma opacidad con la que sus señorías han regulado todo lo que hacen por nuestro bien. 

Porque puestos a indignarse me parece igual de abusivo que quien nos representa, con un sueldo sobrado para pagarse la ida y vuelta al lugar de trabajo, como hacemos todos, cargue sus escapadas personales al dinero de todos, y me da igual que sean para ver a la novia como para ver, cuando les apetezca, al marido o a la esposa. Eso que un cínico profesional de la política acaba de ampliar a “donde tienen su vida privada ese fin de semana”. Barra libre de tour operator que no sé dónde encaja en eso que el reglamento del Congreso de Diputados llama “gastos que sean indispensables para el cumplimiento de su función”. Y que en el del Senado se relaja de “indispensables” a “necesarios”. Y quizás aquí, en ser más exigentes con lo que es intolerable, a lo mejor, está la corrección de tanto expolio como padecemos.

Lo intolerable no siempre es delito. De hecho, hay una voluntad consensuada de las mayorías políticas por mantener actitudes de expolio del dinero público fuera del sacrosanto terreno de lo penal. Y eso es posible porque a mucha gente le parece normal lo intolerable, si lo hace uno o una de los nuestros. Cuando consideremos corrupción el poner a su servicio los medios de comunicación públicos, o comprar periódicos con la cuenta de los anuncios institucionales, o mantener asesores en cargos públicos para que trabajen para su partido, o usar información de la administración que gobiernan para amedrentar a sus adversarios, o que los contratos los ganen siempre legalmente los mismos, empezaremos a aislar la corrupción. No es sólo el que se lo lleva directamente. También quienes favorecen interesadamente a su grupo o partido. Los que se callan para no perjudicar a los suyos. Para que luego la organización les pague el servicio. Limpiamente.


Manuel J. Ruiz Torres