sábado, 21 de diciembre de 2013

MORAL ÚNICA EN LA CONTRARREFORMA DEL ABORTO

                                      
La contrarreforma del aborto supone legislar desde la hipocresía. No van a disminuir los abortos mientras no disminuya su necesidad. Sólo se van a bifurcar el mismo número hacia dos caminos, bien distintos. Uno seguro, para quien pueda pagárselo, aquí u, otra vez, tras las seguras fronteras del extranjero; el otro, peligroso para la salud de las mujeres pobres, otra vez en las cloacas de la clandestinidad. Es tal este ejercicio de completa hipocresía que la nueva ley amplía las situaciones en que declara delito el aborto pero elimina las sanciones penales. Tenemos un delito que, según el sobrado paternalismo del ministro, no tendrá reproche penal para las mujeres. A las que esta ley ya les ha quitado el “derecho a la maternidad libremente decidida”. Sin decisión propia, la maternidad vuelve a retroceder a designio divino. O de los Ministerios que lleven sus asuntos acá en la tierra, como la decisión de sacar de la reproducción asistida a mujeres solas o lesbianas que expresamente quieren ser madres, en una maternidad que no es protegida porque se sale de la moral canónica, ahora otra vez obligatoria. Para ser un imposición hipócrita de cara al fundamentalismo católico, esta ley, con la inseguridad que provoca, va a causar la muerte de mujeres y niños, ya nacidos y vivos, condicionados en sus derechos a la vida -y a una vida digna- a la interpretación que, de esos derechos, haga un extraño que impone sus propios prejuicios religiosos. Ahora revestidos de mayor valor jurídico que los de la propia mujer decidiendo sobre su cuerpo. Porque esta ley subordina la vida de personas reales a la de lo que aún es una probabilidad de vida autónoma, arrogándose también la resolución de ese debate científico.

No conozco ninguna mujer a la que le guste abortar. Es una mentira muy ofensiva esa imagen truculenta que presenta el aborto como una frivolidad. No lo es. Es una decisión propia, difícil, siempre muy meditada. Es la propia mujer quien decide si quiere, o no quiere, que alguien la acompañe. Ahora la ley le impone dos tutores médicos, plazos de reflexión, la devalúa a menor de edad. Si, de verdad, quieren disminuir los abortos, que hagan viables esas posibilidades de vida futura, con políticas económicas que integren a quienes están en el paro y en la exclusión social, con salarios dignos para sostener y alimentar a una familia. Más de 13 millones de niños y niñas mueren cada año por enfermedades e infecciones directamente relacionadas con la falta de alimentos. 100 millones de niños y niñas tienen nutrición insuficiente y deficiencia de peso, y 180 millones sufren desnutrición crónica. Pero las grandes religiones, mayoritarias donde más pobreza y más muertes infantiles hay, declaran asesinato el aborto y prohíben también el uso de preservativos, o presionan a esos gobiernos contra cualquier política de planificación familiar. Ninguna reconoce su propia responsabilidad en esas muertes y en esas malas vidas que su fundamentalismo provoca. En España, más de dos millones doscientos mil niñas y niños viven por debajo del umbral de pobreza. Pero no se aprueba una ley que les garantice una renta básica, ni otra que pare los desahucios para no dejarlos a la intemperie. Ya han nacido. Al contrario. Lo que se hace es eliminar las ayudas de dependencia, o excluir personas y tratamientos de la sanidad pública, a la vez que se nos pide tener más hijas e hijos. Si quieren que disminuyan los abortos que se promueva una educación de igualdad, no de reclutamiento de fieles, que incluya una sexualidad igualitaria, no culpable ni necesariamente reproductiva, que repudie la sumisión femenina (no que la presente como un valor católico) o la prepotencia y el chantaje sentimental como formas de violencia masculina. La política de este gobierno es profundamente antivida. La hipocresía tranquiliza conciencias, pero no resuelve problemas.

Manuel J. Ruiz Torres

domingo, 1 de diciembre de 2013

Encuentro de poetas hispano marroquí en Cádiz

Organizado por la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo y el Centro Andaluz de las Letras, se celebró en Cádiz, entre el 4 y 6 de noviembre pasados, un encuentro de poetas hispano-marroquíes con motivo de la visita a esta ciudad de la Casa de la Poesía de Marruecos. Supusieron dos días de convivencia poética, el primero y el tercero en Cádiz, el segundo en Jerez. Pude asistir a las jornadas celebradas en Cádiz y conocer directamente parte de la mejor poesía que ahora mismo se realiza en el país vecino, con la sorpresa añadida de su cosmopolitismo y la cercanía de sus imágenes y sensibilidad contemporánea. Siempre han sido muy pocos y universales los grandes temas que buscan respuesta en la poesía: el amor, el tiempo, la injusticia o la muerte. En un mundo global, la poesía diluye fronteras y se estrecha para compartir, no sólo esos grandes temas, sino también los escenarios, las referencias -cinematográficas, musicales-, las ilustraciones y, al cabo, las mismas metáforas.


En Cádiz leyeron sus poemas -algunos con su traducción al castellano, otros sólo en su idioma original- escritores como Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch. Por parte española, Jesús Fernández Palacios, José Manuel García Gil, Javier Vela, José María García López, Virtudes Reza, Manuel J. Ruiz Torres, Yolanda Aldón, Juan José Sánchez Sandoval y Mauro Quiñones. Se acercaron al último de los recitales pero sin poder participar en el mismo, Felipe Benítez Reyes, que tenía a la misma hora un seminario de la UCA sobre su obra, y Blanca Flores, que tenía obligaciones laborales a esa hora pero que sí leyó en el recital de Jerez. Las intervenciones de cada participante fueron resumidas y traducidas al otro idioma por el poeta Khalid Raissouni, reciente traductor del Libro del buen amor al árabe, e Ignacio Ferrando Frutos, coordinador del Área de Estudios Árabes Islámicos de la UCA.

En Jerez, con los mismos poetas marroquíes, leyeron los poetas españoles Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Paloma Fernández Gomá, Patricio González, Blanca Flores y Yolanda Aldón.

Quiero, con la intención de mera muestra que no antología ni selección, presentar aquí algunos poemas de estos autores marroquíes.

Del poeta Hassan Najmi (Benhmed, al sur de Casablanca, 1960), este "El desierto".

EL DESIERTO
(Elegía para Mohamed Bahi)
Pero si el corazón no le subyuga la mano,
Tampoco le violentará el brazo
ALMUTANNABI


De repente me sentí abatido. ¿Habrá alguna sombra
en este páramo que no se acaba? Sólo hay
un lugar para la contemplación y la añoranza. La
nada.
Deambulábamos entre las zarzas, las rocas herrumbrosas
y las malezas, entre las raspas de sal
y los ásperos regatos. La arena de las dunas se resistía
al tiempo. ¿De dónde viene este fulgor que
ciega? ¿Irrumpe del jade o del cuarzo? Su silenció
me espantó. Veía cómo se agrietaban los labios y
se desangraban. El agua de los pellejos se había
agotado. Mi asombro me anegaba. ¿Eran dunas o
el lomo de peces en fuga? ¿Eran dunas o mujeres
desnudas?
Reclamo la generosidad de tus ojos. Tu alma es
luz
(...)

El poeta Azrahai Aziz lee uno de sus poemas.

Del poeta Mourad Kadiri (Sale, 1965) este "La estaca":

Aflojo una estaca, empuño otra
Una estaca delante, otra estaca detrás
do quiera que mire, una estaca,
bajo mí, sobre mí, a mi lado
En mi cabeza, una estaca
otra en mi corazón
Una estaca se hizo muy pequeña
Logró atravesar una de mis arterias
y esconderse
Desde allí, empezó a amenazarme
¡Cuidado! No rompas tus cadenas
Si lo haces
te encontrarás más desamparado
te cansarás y acabarás perdiéndote
¡Cuidado! No te muevas
no respires
Me dije:
esta estaca he de arrancarla con mis dientes
Primero bebamos un buen trago
Lo que la estaca cree que sólo ella sabe
yo también lo sé
Pero he acabado descubriendo
que la estaca y yo somos hermanos
Como llave y cerradura
se frota contra mí
y yo me froto contra ella
Me prepara buñuelos
y se los devuelvo untados de miel
Me moriría
si llegara a faltarme


El poeta Boudouik Benamar lee sus poemas

Del poeta Khalid Raissouni (Casablanca, 1965), el poema "La identidad- una piedra":

Bajo los rayos vivos
de un día cualquiera,
doblaron las campanas celestiales.
Sumergido en su esplendor
el palmeral cantaba
y su luna agonizaba,
un camino hacia un silencio que sobrevive.
Silencio mortal con cuerpo y alma
que desnudo se asoma
a los umbrales de la aurora,
desciende a los infiernos del vacío.
Silencio sin color, sin nombre,
arde en la oscuridad infinita.
Su grito es una llamada muda
bajo la sombra de la muerte.
Su voz es una piedra
y su identidad un tiro en la frente.

Momento de mi propia lectura, foto cortesía de Azis Azrahai

Del poeta Ahmed Lemsyeh (Sidi Ismaïl, provincia de El-Jadida, 1950), la parte del poema:

ojala si hubiera alegría se contagiara
y las letras no envidiaran a quienes he engendrado
y el saludo viniera en auxilio
cuando yo llamara
y el bien fuera un mar dulce
que saciara la sed de mi país
el amor y la verdad y la belleza serían mis señores
me convertiría en un errante mendigo
y la libertad sería mis provisiones


Imagen de los participantes en la lectura de clausura de las Jornadas en Cádiz

lunes, 18 de noviembre de 2013

El segundo hundimiento del Prestige

No sé qué celebra hoy la prensa de la derecha de una sentencia, la del Prestige, que declara la impunidad en la mayor tragedia que se recuerda del medio ambiente en España. Salvo que celebren su propia impunidad, no se entiende esa alegría que nos deja a todos (a los suyos, a los de los otros y a los de nadie) indefensos ante cualquier otra desgracia futura.


Con este precedente, no habrá responsabilidad alguna en quien decida, en adelante, para hacer mayor negocio, prescindir de medidas de seguridad o tomar decisiones temerarias, en una fábrica, en un superpetrolero o en una balsa de residuos tóxicos. Todo quedará legalmente protegido por el manto del azar y por el conformismo de las desgracias inevitables, como si la ciencia no hubiese avanzado en estos siglos, no sólo para construir peligros cada vez más considerables sino, en lo posible, para preverlos y corregirlos. La sentencia tiene un fundamento de resignación ante la calamidad que acongoja. Para absolver a los responsables, técnicos y políticos incompetentes en su soberbia, se condena a la ignominia a todos nosotros, se nos pone en verdadero peligro. Porque esa sentencia acaba de derogar, de hecho, toda la legislación medioambiental del Estado. En ese camino, no extrañan las pequeñas mezquindades, los ajustes de cuentas. Se injuria, se ridiculiza y se menosprecia a quienes allí protagonizaron también la mayor y más hermosa muestra de solidaridad e implicación en la defensa de la tierra, voluntarios y voluntarias que limpiaron de chapapote las playas de esa costa (hoy más que nunca de la Muerte). Según la portavoz popular de Medio Ambiente en el Congreso, “los voluntarios no limpiaron nada”. Asunto acabado.

martes, 25 de junio de 2013

De amicitia

Yo mismo cursé las necrológicas anunciando mi muerte. Yo elegí desconocidos cocineros en el mercado y les di instrucciones para la cena. Después desaparecí. Sólo mi fiel Cayo Canio supo de la farsa. El fue mis manos y mis ojos en la decoración de la casa; él tranquilizó la herencia a mis familiares, la estabilidad a mis esclavos. Permanecí escondido en las afueras. Una hacienda grande, desolada, convertida por Canio, mi socio, en  próspera funeraria de la provincia. La superstición la aleja de las rutas comerciales, de la curiosidad de los campesinos. Allí  se almacenan cargamentos de especias, telas, objetos valiosos  entrados por mar, burlando la vigilancia de los recaudadores.  Allí, alguna  vez compartimos el baño con actrices,  nadando en  la piscina donde se lavan los cadáveres. Allí planeé esta burla  para escarnio de Plauto, mi enemigo.                  


Porque era mi voluntad escrita, Canio ha recibido a  los invitados. Había mandado pintar de negro los suelos de la  casa, tapar las paredes con cortinas rasas ceñidas, tintadas de  betún para impedir que la luz los distraiga del luto. Los recién  llegados son abandonados en la oscuridad, una vez retiradas sus tarjetas. Como nadie se atreve a avanzar, cada vez hay más en la sala, tropezando y golpeándose con los muebles. Crecen también  las disputas. Desde otra sala se filtran letanías y sollozos.  Sólo cuando llegó el último de los rezagados, entraron dos escla­vos con candelabros. Todos les siguieron. Todavía la impaciencia se mezclaba con el compromiso o el afecto. En la otra estancia, iluminada con lámparas de aceite, reposa mi ataúd cerrado, el  mejor modelo disponible en el negocio. Alrededor, la familia y  los íntimos, ya con la desesperación vencida, más cansados que  tristes, más confusos que solos. Yo los observo con desprecio detrás de los cortinajes. Canio ha ordenado entrar a los muchachos, encender más cirios. Cada uno porta una bandeja y dice, en  voz alta, el nombre de uno de los invitados, depositando  en el  suelo lo que trae. Aquellos reconocen con emoción el regalo que  alguna vez me hicieron: una sortija, una túnica, una piedra común  cuyo significado nadie interroga. En la bandeja de Plauto, la última, han colocado laurel. Lo he visto desolarse.

El ruido de platos, en el primer piso, devolvió parte de realidad a la casa. No se abrieron las cortinas. A quien quiso se le cambió la toga por ropa más ligera. Se subió al cenaculum. Esclavos rapados presentaban jofainas y jarros para la limpieza de brazos y manos. En cada ángulo había un niño moviendo un  incensario. El ambiente tenía un olor extraño a ramas de cipreses. Un individuo pálido, cubierto con un simple sudario, se sentaba junto a una mesa repleta de velas. No contestó a quienes  se le acercaron y dudaría si acaso los vio o le importaba en algo que estuvieran vivos. Alguno declinó coronarse con crisantemos, criticó el humor de Canio por usar de felpa la cinta recordatoria de la familia. También hubo sorpresa al ver el triclinium cu­bierto de sedas negras, la formidable mesa de ébano y, delante de  cada asiento, el propio nombre tallado en pequeñas lápidas de  mármol de Almería. Distribuidos los puestos en función del rango de los invitados. Plauto, como primer comerciante, imus in medio, donde el mayor honor. Canio, como anfitrión testado, imus in imo, desde donde podía dar órdenes a los sirvientes y no descuidar la  conversación con los principales. Él les calmó la inquietud apelando a mi extravagancia; él salvó la fiesta apaciguando la  tentativa general de abandonar mi casa, cuando los nobles se vieron junto a algunos conocidos parásitos de la provincia,  tratados de igual en la asignación de asientos. Canio les recordó el mal augurio de disgustar a un difunto. Fuera por temor o acaso por el repentino aprecio que disfrutamos los muertos, todos se  dejaron descalzar las sandalias.               


Se mandó traer el vino. Los esclavos más apuestos de la casa se encargan de mezclar los brebajes, siempre con orden de trucar las proporciones y abusar de los vinos más fuertes. Van vestidos con antiguos trajes míos, de vivos colores, y llevan los cabellos largos, como yo mismo. Canio ha dado orden de traer los huevos. Revueltos de apios, bulbos y caracoles hervidos con mollejas, alas de pollo, ciruelas y salchichas de Lucania. Entra­das de albaricoques con pimienta y menta seca, rociados con garum, miel, vino y vinagre. La vajilla es de plata y las copas  de cristal de murra, que dicen hace mágica la fragancia del vino. Aunque el incienso sigue pudriendo el aire, he oído las primeras bromas sobre tan confortable sepulcro.
    

Siguió la cena durante horas. Cambiando el servicio en cada plato. Si los criados enjoyaban a Canio con zafiros, la bandeja era azul; si lo adornaban con topacios, cambiaban los manteles sucios por amarillos, y hacían igual juego de colores con los alimentos que servían, para desconcierto de los comensales. Así, entre otros guiños, se reprodujo el viaje que trajo a muchos de nosotros desde Roma a Hispania, tomando la ruta de los vinos de Fornio, Marsella, Tarragona y la Bética. Así, se presentaban humildes sopas de harina, como las que compartí con Plauto,  cuando la juventud nos urgía más que el dinero. Cada plato pare­cía tener su veneno. Cada sorbo los envejecía un poco, aproximán­dolos a mí, el difunto. Nada tan detestable como la melancolía ajena. Los parásitos buscaban con avaricia los granos de oro ocultos entre los guisantes, las piedras preciosas escondidas en  guisos de lentejas. Se comía con desconfianza, arriesgando los  dientes: el pescado brillaba como vidrio desmenuzado, esculturas  de astillas pintadas remedaban pasteles de carne. Canio hacía  alarde de recetas inéditas: tajadas de joroba de camello, sesos de avestruz, lenguas de flamenco. Algunas perdices ocultaban bajo su plumaje un murciélago que, al trincharlas, levantaba el vuelo. Quien alguna vez  compartió la corte de Domiciano  reconoció el esplendor del banquete. Eso halagó a los provincianos. Nunca como hasta hoy tan comprensivos con el emperador. Nunca tan iguales a él. Yo los observo, reconfortado, achicarse en los asientos,  reclinados entre la nausea y el prestigio.


Antes de los postres, como es costumbre antigua, se han  presentado estatuillas de los dioses lares. Canio brinda con mi nombre. Presenta como sacerdote al individuo pálido, todavía silencioso, inmóvil en su mesa toda la cena. Éste empieza a  discursar en lenguaje solemne, altisonante. Ensalza a la muerte.  Se rinde ante quienes ayudan a prodigarla: las enfermedades, los  médicos y los asesinos. Se ha quitado las manos artificiales y los invitados ven, con repugnancia, aquellos muñones parecidos a las membranas con que nadan los patos. Ha vuelto a sentarse, dejando un silencio propicio para que lo rompan los bailarines que portan los dulces. Dátiles rellenos de tuétano, panecillos africanos con la forma de monos, gelatinosos flanes. Esclavos scoparii recogen los desperdicios que los comensales arrojan al  suelo. Cuando Canio anuncia la verdadera fiesta, la comissatio,  sólo él y yo, escondido, estamos sobrios en la sala. Hay invita­dos acostados sobre la espalda y con la boca abierta. Sus siervos les introducen plumas para provocarles el vómito y aliviarles el estómago. En otro lugar, un muchacho imita al hijo de Cicerón, de  quien dicen capaz de beber de un solo trago dos congios de vino.  Un grupo elige, a los dados, un presidente de mesa que determine el ritmo de las bebidas; otro parodia a las vírgenes. Esbeltas gaditanaes escenifican eróticas canciones que mezclan con poemas  de Canio al difunto, con letrillas mías sobre las hijas y esposas de algunos presentes. En los sorteos, trucados con habilidad por mi socio, se reparten los premios: un cofre de malaquita será para el enemigo de quien tan alto pujó contra mi, en las subas­tas; la copa que Plauto siempre me envidió, donde bebíamos juntos, será caída y rota por un esclavo de manos torpes. Un  comerciante de telas ganará a mi esposa; a otro, le será devuelta la suya. Cada regalo afilado con un epigrama. Alguno protesta a gritos. Alguno arriesga su buen augurio maldiciendo a un muerto. Satisfecho bajo al primer piso. Entro en el ataúd y espero a que vengan por mí los cargadores de la funeraria. Como era conveni­do, Canio ha mandado subirme. Me han colocado en un catafalco en  el centro de la estancia. Ha expulsado a siervos y esclavos. Ha pedido acercarse a los que aún se mantienen en pie para iniciar una larga biografía laudatoria. Entonces, como era convenido, me he levantado y he gritado los nombres, uno a uno, de todos los invitados. No obtuve aullidos de terror. Nadie se lanzó escaleras  abajo. Estaban tan borrachos que no repararon en mí o me creyeron parte de la farsa. Canio les convenció que seguía igual de muer­to, que la alucinación en pie que los nombraba se esfumaría  cuando sellasen la caja. Supe que me van a enterrar. Canio me ha  mirado con los ojos de un hombre celoso.


Manuel J. Ruiz Torres

sábado, 22 de junio de 2013

Marat/Sade y LCG en el Día de la Música 2013

Concierto en el Rebel Bar (Paseo Marítimo, 26, Cádiz) para celebrar el Día de la Música. Con actuaciones de Marat/Sade, Southmakres, LCG y The Mond Shakers.

Aquí la actuación de dos de esos grupos, con amigos cantando en ellos.

Marat/Sade, con el poeta David Franco Monthiel como letrista, gritos y rítmica; Daniel Hernández, bajos y guturales; Jesús Torres, guitarra y greenwoods; y Blas Sánchez, batería y golpes. Aquí algo de la música que hacen: Canciones.

Marat/Sade

LCG (como el aeropuerto de La Coruña, por ejemplo, aunque juegan a que se hagan distintas interpretaciones del significado del grupo), hacen música con referencias al blues y al rock americano. Suenan a inmemorial, a pesar de que confiesan que su sonido está en fase iniciática. Tienen un EP propio editado, Everything can change. El grupo lo forman Isaac Medina, voz, guitarra y teclados; Javier Mejías, guitarra;  Javier López, percusión; y Alejandro Fernández "Cuco", bajo. Aquí, un par de sus canciones: Day to day y Silent shout.

LCG

jueves, 9 de mayo de 2013

SENTENCIA CONTRA LA LIBERTAD DE QUEJARSE



Hace sólo dos días se publicaba un informe policial que relaciona las aportaciones de una decena de empresas al Partido Popular con el posterior triunfo de las mismas en concursos públicos convocados por Administraciones gobernadas por el mismo Partido Popular. El balance de este flujo es que, en la última década, unos dan casi 4 millones de euros de dinero de sus empresas y, en “correspondencia”, otros les dan 12.330 millones de dinero público. Les ahorraré lo que estaríamos escuchando si eso lo hace cualquier otro partido que, salvo alguna televisión y algún medio muy concreto, no tuviera extensamente comprada la libertad de información, con cargo también a los dineros públicos de las subvenciones y la publicidad institucional. Esa importantísima noticia apenas ha existido.

Es un dato relevante porque explica el estado de cabreo (hace tiempo que la indignación tomó ese nombre) generalizado. También que la falta de verdaderos medios de comunicación obligue a buscar otros cauces de expresión. E, incluso, nos lleva hasta una tercera conclusión, la interesada utilización del principio legal de presunción de veracidad de las declaraciones policiales con las que la derecha celebra las que creen que le benefician y difama las que lo acusan. En este contexto, de cabreo y de falta de libertad de expresión, se han producido las condenas penales de un ciudadano por defender su derecho a pegar carteles en el Palillero y de dos más por defender su derecho a estar en la calle oyendo coplas de Carnaval. En ambos casos, la acusación ha consistido en desacatos o atentados a la autoridad de la Policía Local. Si ambas situaciones (pegar carteles y oír canciones en la calle) suponían una muy dudosa infracción administrativa, la policía debió tener la templanza de identificar sin que al asunto pasara a delito. Eso nos lleva a si, a partir de ahora, decirle a la policía que no le parece justo lo que está haciendo, es ya un delito. Aunque haya una Constitución de boca llena que nos otorgue esos derechos de expresión y de reunión. Condicionados, por lo que se ve, a una interpretación policial de su oportunidad. Porque la frontera del desacato puede ser muy subjetiva, y alguien podría situarla en un tono de voz más alto que el susurro, en decírselo mirándolo a los ojos o en una inconveniente gesticulación excesiva de esa queja. Podría ser que lo que se quiera es no poder siquiera hablarle educadamente a quien nos pide que nos identifiquemos, siguiendo esos consejos que, en el más profundo franquismo, se nos daba para salir de noche: si te paran, diles que sí a todo, que algo malo habrás hecho.

Lo que parece deducirse de ambas sentencias es que, en esas situaciones, seguramente tensas, sólo se le exige calma a la ciudadanía. La exquisita educación y cortesía en las posibles discusiones que se produzcan sólo son obligadas para la parte ciudadana. También parece que el valor probatorio que otorga la presunción de veracidad policial –siempre que no afecte a cargos populares- vale más que el testimonio de innumerables testigos. Y que ningún valor se le concede a la palabra de quienes han sido acusados. Leído el parte de la intervención policial en el Carnaval Chiquito, se nos describe una sucesión de agresiones seguidas de una misma persona que, poseída de su paroxismo, se lanza contra la policía y los persigue por calles y plazas mientras aquella soporta con estoicismo patadas y escupitajos, y trata de calmarla con buenos consejos antes de la inevitable y limpia detención. Con objetividad, no parece verosímil esa santa paciencia policial, que no interviene cuando se produce un supuesto delito sino cuando se reitera. De poco valen las contradicciones de esa misma policía en el juicio, cuando unos y otros no se ponían de acuerdo sobre si fueron hacia la multitud a apaciguarla, o si la multitud se fue hacia ellos. Pero la sentencia cree a la policía. Eso nos deja en una completa indefensión. Porque la expresión de cualquier queja nuestra pueden convertirla en delito. Que es lo que buscan. De hecho, para la derecha, quejarse ya es un desacato.

Manuel J. Ruiz Torres

jueves, 25 de abril de 2013

Presentación de “CAMPO DE FUERZA”, poemas de Carmen Camacho




Sólo daré dos apuntes biográficos de Carmen Camacho porque los considero relevantes: nació en la tierra más adentro de Andalucía, un pueblo de Jaén, y lo hizo el año en que este país perdió su oportunidad de romper consigo mismo porque le impusieron reformarse sin propósito de enmienda. De su lugar de origen, ha traído hasta aquí sus pies en la tierra, el no permitirse más expectativas que las que la realidad se gane; de su tiempo, ha traído hasta aquí un calado disgusto por lo que de ajeno a nosotros tiene esta misma realidad. De ambos, espacio y tiempo, una hermosa dureza que sirve lo mismo para ajustar cuentas que para perderlas, o siendo más exactos perderse rotundamente, desorientarse en la nada. De cómo se puede forjar un anillo, es decir un icono popular del compromiso y de lo mágico, no desde su consistencia compacta sino desde su centro vacío, desde su nada, trata este Campo de fuerza. Porque lo mágico, como fuera de lo ordinario, es lo que, al cabo, nos explica la realidad en sus limitaciones. No sé cuántas veces se habrá perdido Carmen en lo que le atraía de lo inexplicable, de lo sibilino, de lo incoherente, incluso de lo injusto, pero sospecho que, llegados al momento de escribir y sobre todo de ordenar estos poemas, debió pensar que tanto alejamiento y tanta atracción al mismo tiempo no podían ser casualidad, que debían seguir alguna ley que, en lo razonable, los explicara.

Cuando se habla de ley lo primero que se nos ocurre es todo ese cuerpo de normas que rigen el Derecho, pero Carmen es tan emocional que en seguida habría descartado una organización de sentimientos basada en prohibiciones y castigos. Tampoco le servía la hermenéutica por poco aireada, por lo que tiene de filosofía de casa cerrada que huele a humedad, ella que defiende aquí esa otra Casa que, al tocar la pared en el juego infantil, se convertía en el refugio donde quedabas a salvo. Algunos preceptos religiosos, la ley de los dioses, sí que los ha tomado para este poemario, siquiera para defender su desobediencia. Y así debió llegar a las leyes de las Ciencias, que tan exactas se quieren presentar para sosiego nuestro.

Sea por el poco espacio que ocupan los objetos y los cuerpos, la Física se encarga de explicarnos el vacío, lo verdaderamente inmenso. Estamos huecos por dentro y nada hay entre nosotros y quienes ocupan un momento nuestra cercanía. Y, sin embargo, no flotamos, ni nos deshacemos en átomos, ni dejamos nunca de querer abrazarnos con alguien. Hay fuerzas que unen todos los pedazos de ese agujero enorme que somos para que no nos rompa la soledad, el hastío, el pavor al amo, la falta de compasión con nosotros mismos. Existe la gravedad que nos fija a la tierra, el peso de los objetos que sobreviven a las mudanzas. Ocurre el magnetismo que une o repele a quienes no se tocan. Y el espacio donde actúan todas esas fuerzas son campos, capaces también de regarse y de crecer, o de ajarse si el tiempo de secano se prolonga.

Campo de fuerzas comienza mostrando el terreno donde esas corrientes actúan. En portada, el cuerpo de ese anillo que vamos a concebir desde dentro, expuesto en su porosidad, embellecida la mano que serviría para acercarlo a los demás con la henna de un tatuaje de flores, que se quiere temporal, fugaz, en permanente reconstrucción, porque lo contrario es el plástico en los jarrones. Ese cuerpo se ilustra, en una broma que es también simbólica, con un electrocardiograma que es el logro más cercano a una imagen de las emociones. Ya se anuncian ahí las intenciones del libro y también la ironía de que no deberíamos creernos todo lo que veamos, en una idea de esas ilusiones ópticas que juegan con nosotros, que repetirá de forma expresa en La Copa de Rubín y, de manera más subterránea en muchos otros. Cuando te haces un electro el mismo nerviosismo de la prueba lo enmascara. Es ese principio físico de la incertidumbre, tan poético, de que cualquier observador externo, cualquier método de medida acaba siempre perturbando lo que estamos midiendo. De modo que de los tres desnudos con los que empieza este Campo de fuerzas el más revelador es el último, cuando se muestra rugosa, porosa, quebradiza. Todo lo que sigue son las cuatro partes de ese ya citado trabajo de alquimista que busca el anillo capaz de contener esa energía que compacta y que, a la vez, nos abre a los demás. Por ese anillo, en distintos momentos del libro, se cuela un mirlo. En una entrevista, Carmen dijo que este libro es una implosión, la onda expansiva se mueve hacia dentro, comprime, acerca los átomos, nos junta.

Por partes, en Toma de Tierra nos ponemos en situación pero también nos protegemos de las descargas. Si en anteriores libros, el decorado externo donde ocurren las cosas y el escenario íntimo donde se padecen podía llegar a confundirse, aquí Carmen va un paso más allá y muestra cómo, a veces, ambos llegan a estropearse el momento. O, como en esas sentencias populares que tanto le gustan, desentonan tanto que hacen que la procesión vaya por dentro. Como dice su cita del Segundo Principio de la Termodinámica, en un proceso cíclico nada vuelve a ser lo que era antes. La toma de tierra, que en las instalaciones eléctricas evita el paso de la corriente al usuario por un fallo del aislamiento, es la ironía con la que presenta la excesiva entereza que se exige a sí misma, las pesadas armaduras, la exigencia de seguir siempre de pie aunque todos nos merezcamos un poco de flaqueza. Cuando uno se ríe de uno mismo lo hace de lo que no le gusta pero sabe que le costaría cambiarlo. Esa parte termina con un pájaro que anuncia un presagio.

El Polo opuesto describe formas de depredación mutua, como se atraen las partes con cargas distintas de un imán. Esa atracción o ese rechazo dependen, otra vez, de la disposición de los átomos, de la colocación de esa parte ínfima de nosotros que no es el vacío. Son poemas ásperos, agrestes, desatentos, tan de verdad que se atragantan. Se puede devorar a un amante o a un enemigo con la misma inclemencia. Se le puede torturar con la más sedosa brutalidad. Sólo vista la escena desde muy cerca adquiere un sentido la dirección de esas fuerzas. No siempre la fecha dentro del anillo significa felicidad.

Zona de sombra es, en óptica, la región de oscuridad donde la luz es obstaculizada. Una sombra ocupa todo el espacio de detrás de un objeto opaco. Puedes esconderte de la luz detrás de ese objeto que, en este Campo de fuerza tiene la forma de la casa, a la que también llama jaula pero no hogar, a la que llama espejo. Como quedarse, a ratos o por tiempos más largos, más necesitados, dentro de una jaula de Faraday por la que resbalan los rayos sin herir a quien allí se cobija. Y de vez en cuando salir, succionar el veneno y regresar al manzano. Hacer limpieza, desechar momentos. Cuanto mayor sea el ángulo entre la luz y el objeto más corta será su sombra, menor el amparo que produce.

Y, finalmente, esa Armónica entropía que plantea el desorden como un arranque, como un estreno. Dirá: “Que no tenga que ver con el pasado mi regreso”. En su sentido más elemental la entropía anuncia que el caos siempre aumenta. Pero ese desorden rompe los equilibrios, hace que las reacciones se produzcan en una dirección y salgan al fin de sus atascos. La entropía ya era el nombre griego de la transformación. Pero en física tiene un significado aún más hermoso: es la energía que no puede utilizarse para producir trabajo alguno. Es la que empleamos para evolucionar. Quizás sea esa la fuerza que más nos une.

Manuel J. Ruiz Torres

lunes, 22 de abril de 2013

EFECTOS RETARDADOS DE LA HIPNÓSIS



Para reinterpretar en concierto Hipnosis, su primer disco como Lagartija Nick, rescatado el pasado año, el grupo granadino estuvo en la Universidad de Cádiz el pasado jueves, 18 de abril. Un día antes, para explicar –en lo posible- ese viaje retrospectivo, dos de sus más destacados componentes mantuvieron un encuentro, tan relajado como estimulante, con quienes se habían inscrito en esta segunda sesión del nuevo ciclo, Tutores del Rock. Ambos, Antonio Arias y Eric Jiménez formaban parte de la banda original que se estrenó, en 1991, con este disco que, según algunos críticos, bebía de las fuentes del rock sucio, directo y enérgico de los ochenta que, en la siguiente década, daría vida a toda esa amalgama de opciones del rock alternativo, ya fuera de los gustos prefabricados de lo comercial y declarados herederos del amplio espíritu ideológico del punk. Lo que entonces supuso la novedosa irrupción de las discográficas independientes como opción distinta a la de las grandes compañías terminaría, con el éxito, formando parte de un mismo engranaje. Cierta decepción por esta nueva homogeinización del actual panorama musical apareció en distintos momentos del encuentro. “Cuando las compañías indies se quieren convertir en multinacionales, poca novedad aportan”. O el más rotundo: “Las indies graban mucha mierda”, ejemplificado en algún caso en la gran pantalla de la sala que, a modo de ilustración, acompañó algunas de estas rotundas afirmaciones con la proyección de videos musicales.


Que ahora, veintidós años más tarde, retomen Hipnósis quizás se deba a querer darse esa necesaria distancia de intenciones con lo que ahora se cuece, aún estando ambos inmersos en grupos importantes de esta actualidad; quizás por lo que de cierto tiene la ingeniosa ocurrencia lanzada por Eric de que preparaba canciones para ser oídas treinta años más tarde. Con esa cadencia, dijo, el reconocimiento de las de ahora le llegará en el geriátrico. Es lo que llamó efectos retardados de su música. Cuando ahora Omega es un disco de culto, tan despreciado en su momento, parece motivada esta revisión de ese primer disco, ignorado también en su aparición. Entonces, Eric dejó la batería de KGB y Antonio el bajo de su enorme grupo maldito de los ochenta, 091, para hacer algo más duro. Lo contaba en Ruta 66, el mismo año de lanzamiento de Hipnósis: “Era una estupidez que Lagartija Nick sonara más blando y decidimos endurecerlo no por una postura de pose, sino porque era lo que más nos estimulaba”. El disco, en vinilo, mal producido, sonaba muy potente. En sus letras hay más cabreo que escepticismo, más confrontación que evasión y escape. La música no es menos dura que sus letras de masas hipnotizadas por la televisión, por los incipientes paraísos artificiales de los videojuegos, por la resignación. Como diría también Eric, que en diversos momentos del encuentro mostró su contrariedad por toda la corrección política que está desactivando el rock actual: “El rock es violencia”. No es una nana para dormir a nadie.

Eric Jiménez

Antonio Arias quiso empezar por situar su disco en el contexto de lo que entonces se editaba. Lo ilustró en pantalla con el “Efervescente”, canción de 1992 de Los Bichos, el mítico grupo navarro de Josetxo Ezponda, fallecido sólo un día antes. En otro momento, rescató otra canción “Voces en la jungla”, de 1983, del grupo Los Monaguillosh, un pop oscuro con toques sicodélicos, como los que también aparecen en el propio Hipnósis: “voces en la jungla, con ecos que no acaban / voces sin garganta, siniestramente aisladas”.

Cuando tocó hablar de “Omega”, el impresionante trabajo de Enrique Morente y los Lagartija, se describió lo que aquella experiencia –y luego el disco, y todo lo que aún sigue produciendo-, supuso de choque entre dos mundos que se desconocían mutuamente: el flamenco puro de Morente y el rock que entonces hacían. Nunca fue un proyecto de fusión sino de infusión, utilizando una inteligente metáfora. Música de fusión del flamenco con el rock ya la hacían estupendamente, dirían ambos, grupos como Ketama o Pata Negra. Se trataba de pararse a escuchar lo que el otro hacía, poner una cosa al lado de la otra. Como las infusiones, ese contacto necesitó tiempo para ir convirtiéndose en algo tan relevante. Antonio contó que existe mucho material aún inédito de ese “Omega”, que saldrá, o no saldrá, cuando lo decida la familia. Y contó su propia sensación: “cuando murió Morente estalló un planeta. Era el final de un sueño”.

Antonio Arias

Lo importante, diría Antonio Arias en otro momento, es la trascendencia. Lo que permanece en el pasado, el presente y el futuro. Y citó la importante presencia en Granada, en los ochenta, de Joe Strummers, líder de los mismísimos The Clash, o los antecedentes de grandes músicos de la ciudad, como Los Ángeles, ese cuarteto guitarrero polivalente que arrasó en los sesenta y primera mitad de los setenta, o el del propio Miguel Ríos. No se mostró tan conciliador Eric en estos reconocimientos. Ahora el panorama de la música granadina es muy brillante. Con mucha militancia compartida en distintos grupos que funcionan como promiscuos vasos comunicantes: Los Planetas, Evangelistas,  Eskorzo, Niños Mutantes, Grupo de Expertos Solynieve, o los más jóvenes Lory Meyers o Napoleón Solo. Sobre esta intercomunicación ambos músicos presentaron dos posturas encontradas. Mientras Antonio defendió ese espacio común basado en un mismo compromiso por la música, Eric se quejó de la hipocresía de “buen rollito” entre bandas, defendiendo la competitividad, la pelea dura por espacios propios.

Han cambiado mucho las cosas desde aquellos primeros noventa. Ahora los grupos, diría Antonio, vienen mejor preparados pero, como está ocurriendo en toda la sociedad, está desapareciendo la clase media. Hay una enorme diferencia de medios entre unos grupos y otros: los hay muy grandes, que se llevan con muchísima promoción, mientras todos los demás se mueven en la pura autogestión. Las compañías no arriesgan en nuevos temas de grupos históricos, prefieren las reediciones, tirar del fondo de catálogo. También Internet ha atomizado los públicos, al acotar y personalizar tanto las preferencias. Las enormes posibilidades de difusión han acortado la vida de las canciones. “Ahora se queman en tres meses, cuando antes podían durar dos años”, contó Antonio.  Quizás por esa misma voluntad de trascendencia temporal ahora los efectos de su Hipnósis llegan a su mejor momento.

Manuel J. Ruiz Torres 

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA ALCALDESA SÓLO SE REUNIRÁ CON LAS CHIRIGOTAS ILEGALES SI ANTES LE DAN LA RAZÓN



Como para la alcaldesa de Cádiz no es cierto que se haya atacado la libertad de expresión ni los derechos cívicos en la represión del Carnaval Chiquito, sólo se reunirá con las agrupaciones que de eso la acusan si, previamente, se retractan. Es decir, le dan la razón. Eso nos lleva al absurdo de que sólo está dispuesta a debatir sobre su propio sentido de la verdad con quienes lo compartan. Quítenles a deliberar todos sus significados (meditar, pensar, analizar, reflexionar) y sólo queda espacio para los juegos florales de la adulación. Única actitud que, con este planteamiento, parece admitir la alcaldesa. Libertad de expresión pero sin libertad de opinión. Leído el comunicado de capitulaciones que Teófila ofrece a las chirigotas para que se rindan, parece claro que la alcaldesa tiene un sentido, digamos que muy podado de lo que es la libertad de expresión. Según documento tan poco sospechoso como la Declaración Universal de Derechos Humanos, ese derecho incluye no sólo el poder revelar lo que se piensa sino el de “no ser molestado a causa de sus opiniones”. En los “incidentes”, que es como la versión policial y municipal llama a la carga contra las últimas agrupaciones que cantaban ese Carnaval Chiquito, se procedió a hacer dos detenciones, y a identificar y multar a quienes se atrevieron a opinar que tenían derecho a estar a esa hora en la calle. También a quienes, cantando, opinaban que el Carnaval siempre ha consumado su ciclo de forma natural, pacífica.

En el mismo comunicado de la alcaldesa se acusa a una gaditana presentadora de televisión muy popular de dañar “la imagen de la ciudad”, sólo por tener una opinión muy distinta de cómo ocurrieron los hechos. Hay libertad para expresarse pero apechuga con que te injurie por tus opiniones. O tanto como entender que, cuando nuestra actual Constitución limita esa libertad de expresión por, entre otros, el derecho a la propia imagen, la de todo Cádiz tiene el mismísimo tamaño que la de su alcaldesa, a quien no se nos permite reprochar su evidente torpeza en manejar todo este asunto. Se alude a la profesionalidad de la policía local. Pero lo cierto es que poco proporcionado parece que –siguiendo el lenguaje oficial- un simple “incidente” por ruidos acabara en una carga policial, dos detenidos -creo que injustamente- pendientes de juicio y la extendida convicción en la ciudad de que este Ayuntamiento quiere domesticar el Carnaval. Más no han podido equivocarse.

La libertad de expresión no es sólo que se deje cantar lo que se quiera sino que se haga con la tranquilidad de no recibir represalias. Cuando se montó un dispositivo de la policía local para “revisar” el contenido de las pancartas introducidas por un grupo que concursaba en el Falla, era un acto de coacción a esa libertad de expresión. Cuando el Ayuntamiento montó un dispositivo policial preparado para clausurar el Carnaval Chiquito a una hora determinada, estaba fijando un límite temporal a esa libertad de expresión, rebajada así a libertad condicional. Lo excepcional del Carnaval es su carácter libérrimo, popular, espontáneo. Todo lo que haga el Ayuntamiento para acotarlo y querer someterlo a reglamento, como si de una actividad molesta se tratara y no de parte fundamental de nuestra identidad, es una pérdida terrible de libertades. Un retroceso a cuando aún se discutía qué era eso de la libertad. Creíamos que no íbamos a repetirlo.

Manuel J. Ruiz Torres

viernes, 8 de marzo de 2013

VALORES FEMINISTAS TAMBIÉN PARA LOS HOMBRES



Desde hace muchos años conmemoro el 8 de marzo por lo que el feminismo me ha mejorado como persona, pero también como hombre. Naturalmente, el resto del año me guío por lo que este día conmemora. Sé que una parte de esa conmemoración es poder explicarlo, a pesar de que la cultura patriarcal (ejercida por hombres pero también, por desgracia, mantenida por demasiadas mujeres) maneja poderosos instrumentos para falsear cualquier razonamiento que la cuestione. De hecho, como no resistiría un debate con argumentos para justificar su defensa de la desigualdad entre mujeres y hombres, recurre al viejo monopolio de lo emocional, puesto a su servicio desde siempre por las religiones patriarcales, que acuñaron el sentimiento de culpa, para lo que necesitaron inventarse antes el interesado concepto de pecado. Una actualización de ese sentimiento está consiguiendo que numerosas mujeres, independientes y brillantes en sus trabajos, consideren necesario presentarse como “no feministas”, siguiendo la falacia manipuladora de que ser feminista es estar “contra” los hombres, que en su expresión más analfabeta equipara feminismo con machismo. Que es tanto como poner en la misma dignidad moral al verdugo que corta una cabeza con quien no quiere que se la corten.

Quienes se dejan calar por ese mensaje manipulador que contrapone feminismo con igualdad, como si de dos actitudes contrarias se tratasen, por supuesto están de acuerdo con que las mujeres voten, puedan abrirse una cuenta corriente, viajen al extranjero con un pasaporte propio y sin necesitar permiso del marido, o que éste vaya a la cárcel si la mata y no al exilio a otro pueblo, situaciones que por aberrantes que ahora nos parezcan eran la Ley en España hace menos de cincuenta años. Eso que hoy todo el país comparte como incuestionable lo consiguió el feminismo. Siempre con la oposición del poder patriarcal establecido. Siempre. Las ahora consideradas simpáticas sufragistas, las ahora asumidas como razonables pioneras diputadas de la República fueron, en su momento, insultadas como ahora, señaladas como enemigas de los hombres, como si oponerse a los abusos y a la prepotencia institucionalizada por el poder patriarcal fuera un asunto de simple rencor personal o de negación de la naturaleza. Y como si, para quienes aún defienden el mantenimiento maquillado de la desigualdad real, macho y masculino fuera lo mismo. Comparación que, como hombre, me asquea.

Sé que lo conseguido está muy lejos de ser lo justo, porque hablar de suficiente en cualquier objetivo de igualdad me parece mezquino. Entre lo no conseguido está que los hombres asumamos mayoritariamente el feminismo como una ideología que también nos mejora a nosotros. Porque si algo ha conseguido la propaganda patriarcal es sumar a su defensa a muchos hombres que terminan padeciendo los efectos de relaciones basadas en la imposición.

Crecemos en modelos familiares donde al hombre se le ahorra cualquier trabajo doméstico. Esa desigualdad, que ya presupone que ese niño se dedicará en el futuro a otras actividades más públicas, también lo convierte en un perfecto inútil para funciones tan básicas como ser capaz de alimentarse, de vestirse o de vivir en un entorno limpio, sin ayuda de otra persona. Bajo la excusa de la protección, se crían absolutos dependientes que, además, creerán que ese servicio es algo que se merecen por cuna. Una educación feminista de igualdad, también en el mantenimiento personal, crearía hombres más independientes, con más autonomía vital, con más posibilidades de elegir cómo quieren vivir, incluyendo la de hacerlo solos.

FOTO: Adrián Fatou. Premio II Cert. Fotográfico “Hombres en proceso de cambio”. Programa Hombres por la Igualdad. Aymto. de Jerez.

Otro aspecto fundamental que termina sometiendo, a hombres y mujeres, a la esclavitud emocional es la construcción de un arquetipo único de familia, basada en un amor exclusivo, complementario, inmutable, imperecedero. La cultura patriarcal creó este traje que la biología ha demostrado siempre estrecho. Supone negar que, a lo largo de la vida -cada vez más larga además-, amamos a distintas personas. Negar que no somos personas enteras por nosotros mismos sino partes de un mecano de piezas que solo funciona cuando encajan, aún a riesgo de que este símil mecánico nos lleve directamente a la predicción de numerosas averías en nuestras vidas. Negar que incluso a esa persona que queremos que nos acompañe siempre (dure ese siempre lo que dure), la vamos a querer en todos los momentos igual, y tasando en valores de cantidad ese amor que se muta de forma natural, como criando en esas cotizaciones de bolsa emocional el germen de la frustración que habremos de tener cuando, lo que nos venden como inacabable, ya no nos acompañe. La educación en ese modelo crea también muchos hombres afectivodependientes, inútiles para adaptarse a nuevas relaciones, profundamente desgraciados. Incapaces también de culpar al machismo que les vendieron como ventaja como el origen de su infelicidad.  Una educación sentimental igualitaria, realista y no sometida a la dictadura de la culpa, enseñaría a afrontar la dureza de esos tránsitos para aprovecharlos, en lo posible, para nuestra felicidad.

También crecer en relaciones entre iguales aumentaría la calidad de las mismas, ya no necesariamente mantenidas por rutina o por miedo, sino elegidas y mantenidas por amor. Un sentimiento que es más real que su reinterpretación machista. Porque estar con alguien no es tenerlo sólo al lado, como un trofeo o el diploma de algo que ya olvidaste, sino contar con su complicidad. Ganarse su lealtad, que es un valor más enriquecedor que la fidelidad que contrapone la cultura patriarcal, tan insegura siempre. Nadie puede sentirse acompañado con alguien que lo odia o le teme. En ese frontón donde sólo él juega, nada recibe, nada lo renueva desde la otra persona.

El patriarcado en suma sólo crea hombres inútiles que, al final, dependen de las habilidades prácticas o emocionales de las mujeres. Ellos conocen su vulnerabilidad, y por eso unos reaccionan con violencia y otros se adaptan al mercado de los tiempos, desde les regalos de rosas de hoy mismo a la condena de las agresiones más brutales, pero sin reconocer que son la fatal conclusión de lo que empieza en la falta de respeto, en la desigualdad misma. También, cada vez más, hay hombres que queremos desmontarles este crimen.

Manuel J. Ruiz Torres

domingo, 3 de marzo de 2013

CUANDO LA ALCALDESA DE CÁDIZ PERDIÓ EL SOSIEGO


Si en algo ha sido especialmente habilidosa la alcaldesa de Cádiz es en mantener su propia imagen. Pero ha perdido el sosiego desde que su nombre apareció, el 1 de febrero, en un apunte de la supuesta contabilidad paralela llevada por el extesorero de su partido. Está en su derecho a negarle, con llantinas, autenticidad a esos papeles y en el de convencernos que quien escribiera su nombre, el 29 de abril de 2003, era el maquiavelo amanuense de “una estrategia despiadada” para dañar su imagen y la de su partido. Es un caso ya en los juzgados y esperaremos a ver cómo se resuelve. Lo que ahora me preocupa es que creo que ese nerviosismo personal está afectando la tranquilidad de Cádiz. Sólo esa merma de la necesaria serenidad para gobernar puede explicar que la alcaldesa haya perdido el sentido de la realidad gaditana y de la libertad que aquí significa el Carnaval, tanto en el registro de pancartas y la identificación de una chirigota crítica con su partido, en pleno concurso oficial del Falla, como con la desproporcionada actuación policial para clausurar, por las bravas, el pasado Carnaval Chiquito.

El Carnaval de Los Jartibles se celebra en Cádiz desde 1985, con absoluta normalidad y aceptación creciente. Por definición, una chirigota ilegal (que la gente de orden se empeña en llamar callejeras, como si el continente fuera más importante que el contenido) no se somete a ninguna censura previa ni, en lo honestamente posible, autocensura alguna, ni depende de subvención pública, ni es un negocio que pueda traspasarse de dueño si fuera rentable. Eso las sitúa fuera del mercado, justo en el lugar donde estamos la mayoría. Entiendo que la alcaldesa prefiera la orfebrería cantada de quienes sólo ven la plata en la ciudad envejecida, desempleada y de creciente despoblación en que se está convirtiendo Cádiz. Para ese gusto interesado, de piropo ideológico, se programa todo lo oficial. Lo que queda fuera, lo que está contra ese orden de verdad única, es la ilegal. Que ha terminado en refugio de esa legitimidad histórica del humor crítico, ingenioso, desmesurado y sin concesiones, que siempre ha sido el Carnaval gaditano. No por casualidad, siempre prohibido también en cada ventolera autoritaria. Supongo que la misma poca gracia han debido de hacerle, todos estos años, esas letrillas que la ponen vestida de ella misma. Pero fuera por prudencia política, fuera por no transfigurarse en intolerante ante sus fieles, a las ilegales sólo las ignoraba o se ha venido negando a cortar el tráfico en las calles donde actúan. Este año de nervios, no.

Si el argumento es que hay que aplicar la normativa de ruidos como si fuera un día ordinario más, está diciendo que, para la alcaldesa de esta ciudad que vive ya casi exclusivamente del turismo, el Carnaval Chiquito no merece excepción alguna, al ser otro día corriente. De días corrientes están llenas las tumbas de la hostelería gaditana. Y tan preocupante como este anteponer la inmaculada imagen propia al interés de buena parte de la ciudad, es que esta falta de prudencia se lleve por delante las libertades individuales en Cádiz. Salvo un no declarado estado de sitio, no es delito estar en la calle, ni tampoco lo sería cantar, para quienes quieren limitar todo este asunto a una cuestión de orden público. El propio parte policial, exhibido como auto de fe de verdad absoluta de los hechos, tiene una redacción literaria tan elaborada que a las chirigotas las llama “grupo de cuatro personas con una guitarra y bombo cantando una copla de carnaval". Lo que es no querer enterarse. Si quienes tienen que mantener la seguridad, por falta de tacto o de profesionalidad, convierten lo que era una supuesta molestia en una supuesta falta, y ésta crece hasta un supuesto delito de atentado, es que ese orden público no está bien garantizado. Es el sentido de la proporción. No sólo de los medios empleados según la coyuntura o la conveniencia, sino también entendiendo la oportunidad de lo que se hace y la dimensión de la respuesta. Cádiz se convertiría en una ciudad con sus libertades suspendidas y sin seguridad jurídica alguna si, a partir de ahora, cualquier incidente, incordio o queja ciudadana la solventa la autoridad a golpes y con denuncias de prisión. Pero me temo lo peor. Ayer mismo anunciaba el Ayuntamiento un nuevo plan de “control policial” en materias de su competencia. O la novedad consiste en que hasta ahora no se custodiaban adecuadamente, o lo que anuncia son nuevos métodos de vigilancia. En la debilidad, mostrar autoridad.

Manuel J. Ruiz Torres

miércoles, 20 de febrero de 2013

CACERÍA AL CINE


Por lo visto la industria del cine es la única industria subvencionada con dinero público. Eso, o que quienes sacan la cacería de las subvenciones cada vez que reciben una crítica piensan que una subvención implica contraer un agradecimiento eterno, en el que quienes reciben el dinero de todos pasan a convertirse en súbditos pelotas de quienes gobiernan. No tengo ni simpatía ni antipatía por el colectivo del cine precisamente porque, como en todo colectivo, los habrá apáticos, malos, buenos, creyentes, celiacos, extravertidos y siesos. Así que ya me huele mal ese empeño en meter a todo el que trabaja en el cine en el saco de los millonarios de izquierda frívolos e incoherentes. No se dice que el noventa por ciento de esa industria está en paro. Ni que la mayoría de quienes trabajan lo hacen en unas condiciones de explotación que orillan la esclavitud. Conozco casos de guionistas que están cobrando cuatrocientos euros por cinco meses de trabajo; de directoras que ruedan anuncios o videoclips musicales por cien euros. Incluso caras muy conocidas, de pronto desaparecen durante años, o del todo. Sobreviven de hacer series de mierda o anuncios para empresas detestables, a sabiendas de que si alguna vez protestan en una gala que medianamente sigue la gente, las van a crucificar por colaboracionistas de la telebasura o por poner su cara amable a empresas explotadoras. Como si el resto del país no trabajáramos también donde podemos, la mayoría en empresas o administraciones abusadoras y repugnantes.

Aquí, el ministro caricato de Hacienda que, allá su inconsciente, en cada comparecencia confunde el Parlamento con el Teatro Chino de Manolita Chen, no sabe quienes se han acogido a su amnistía fiscal pero sí que sabe que hay actores y actrices que no pagan sus impuestos en España. Como entre chiste y chiste suyo, esos que tanta gracia le hacen, no se sabe explicar, aún no sé si denunciaba la obviedad de quienes trabajan fuera del país –que, lógicamente, igual que los ingenieros o los montadores de tuberías- los pagan en el país donde cobran; o si, en cambio, estaba revelando un delito fiscal, como el que se juzga en Valencia sobre el cobro por Julio Iglesias de tres millones en negro supuestamente pagados por el gobierno popular de esa Comunidad. Pero el cantante no está en la diana de las calumnias, supongo que no por su proximidad política sino porque dejó el gremio del cine a tiempo. Con charaditas así, y la encendida indignación de la corte de tertulianos, que cobran de las microscópicas televisiones digitales mantenidas por la publicidad institucional de gobiernos del Partido Popular, se consigue que actrices y actores que no conoceremos nunca nos caigan personal y rematadamente mal. Porque viven a cuerpo de rey con nuestro dinero. Con las subvenciones.

Y sí, es un escándalo. Porque aunque el gobierno popular haya cambiado el sistema de subvenciones, ahora sobre su rendimiento comercial y no sobre proyectos, se sigue aireando la demagogia. El 27 de noviembre pasado se publicaron en el BOE las ayudas a la amortización de largometrajes estrenados durante el año 2010: 34,5 millones. Primera mentira: esa cantidad no es para subvencionar obras que no ve nadie, sino que se entrega más dinero a las películas de mayor presupuesto y con mayor taquilla conseguida. Así, una película tan manipuladoramente izquierdista como Tres metros sobre el cielo (chico violento conoce chica pija, chica conoce carreras de motos ilegales, chico y chica lo dejan) obtuvo la mayor cuantía, dos millones.

Segunda mentira: El cine español vive artificialmente de las subvenciones. En el último año con datos completos, 2010, la industria del cine recibió un total de 92,36 millones de dinero público. La recaudación en España fue de 80,3 millones, cierto que con una caída de espectadores, pero recaudó más de 41 millones en el exterior. Eso supone casi 29 millones de euros de beneficio.

Es importante señalar que esa cantidad es-can-da-lo-sa de los 92,36 millones en subvenciones se entregó a los empresarios de la industria del cine, no a sus trabajadores. Como no la reciben tampoco quienes trabajan, con menos notoriedad y por lo mismo menor antipatía pública, en la industria del automóvil o en la de la energía fotovoltaica. Por cierto, la industria taurina recibió, ese mismo año, gobernando los socialistas, 564 millones en subvenciones, seis veces más que el cine. Al actual gobierno popular, tan coherente, le parece insuficiente y ya ha anunciado un aumento de ayudas a la tauromaquia. Si no los critican, supongo.

Manuel J. Ruiz Torres

miércoles, 13 de febrero de 2013

LA CORRUPCIÓN, B.I.C.


Creo que el Gobierno debería considerar muy seriamente la declaración de la corrupción como Bien de Interés Cultural. Acaba de hacerlo con la fiesta de los toros que, como su propio nombre indica, se trata de regocijarse haciéndole algo muy divertido a unos toros. El que las víctimas de estas dos extendidas aficiones no se presten de buena gana a que los sangren, no hace más que aumentar la excitación con la que unos y otros practican su arte. La resistencia del martirizado aumenta el ingenio del torturador, ya sea para cambiar los sobres por privatizaciones, ya para recibir el envite con el pie derecho adelantado en vez del izquierdo, en una de esas creaciones personalísimas que convierten al toreo o a la corrupción en un arte incontestable. El que ambos espectáculos repitan siempre el mismo guión y tengan, salvo contadas excepciones que dan lugar a abundante literatura, el mismo final absolutorio del artista, ya sea con la muerte del toro troceado en vivo, ya con la anulación de pruebas por defectos de forma, no nos debe hacer dudar de la propia condición de arte que tiene lo que hacen. La emoción de la sorpresa, la creatividad, la voluntad de explicarnos el mundo y nuestra efímera presencia en las otras artes son ingredientes sobrevalorados frente al arrojo, la falta de conciencia, la habilidad para el engaño con la muleta o con lo que se ofrece de señuelo en unas elecciones o una hipoteca. Tanto el toreo como la corrupción cumplen lo dispuesto en la Ley de Patrimonio Histórico, en tanto son o han sido expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español en sus aspectos materiales, sociales o espirituales. Igual que la Inquisición, la expulsión de judíos y moriscos o las guerras civiles, necesitadas también de la misma figura de protección y salvaguarda ante las amenazas de su olvido por la intolerancia y los prejuicios del mundo moderno.