sábado, 18 de enero de 2014

SO PENA DE AMOR ROMÁNTICO

 (Imagen tomada de la web www.pikaramagazine.com)


Comparto con muchas compañeras y compañeros el convencimiento de que si la sociedad es sumisa, dominante, recelosa o insegura de sus propias capacidades, es porque nos han enseñado a amar con esos mismos presupuestos de la desconfianza, la desigualdad y la insuficiencia personal. Si no cambiamos nuestras relaciones con quienes elegimos como más cercanos o más cercanas, será imposible que las cambiemos con el resto. Ese cambio supone, nada menos, que replantearnos toda nuestra capacidad de amar  para construir nuevas formas de relacionarse, empezando por rechazar lo que, de las actuales, nos lleva a la infelicidad. Esa revolución será feminista, o no será revolución de ninguna clase. Me sorprende quienes plantean un cambio radical de sistema económico pero sin tocar el sacrosanto orden patriarcal, dejándolo en una especie de socialdemocracia de los afectos, donde se condenen las formas de maltrato menos sutiles pero no se cuestione el entender el amor como una inevitable cesión de derechos personales.

No me parecen felices quienes padecen celos, o la necesidad de la presencia permanente del otro u otra, o quienes renuncian al propio crecimiento profesional o humano, o quienes subordinan los gustos propios a los de quien escogieron. No me parecen personas felices quienes defienden perderse la mitad de sí mismas para ser la media naranja de otra persona. Como tampoco entiendo que a ese amor de las amputaciones lo llamen amor romántico. Muchas compañeras y compañeros con quienes comparto esta revolución también lo llaman así. Y creo que regalamos un término popularmente cargado de connotaciones positivas –romántico- a quienes están en el reaccionario interés de que nada cambie. Como movimiento artístico, lo romántico es la conciencia individual, la originalidad, la rebeldía, la diferencia. Mucho más cerca de ese amor insumiso, participante, no reglado, no sujeto a número ni a género de participantes, diligente, creativo, emancipado y, por convencimiento, en atención permanente. Creo que es un error concederle esos valores a ese amor ortopédico que reclama las muletas de otro para sostenerse, a ese amor resignado que no sabe prender de entre sus cenizas, a ese amor defensivo, a ese amor ciego que idealiza imposibles de cumplir, a ese amor intrusivo que se exige omnipotente, a ese amor que no sabe terminarse. A esos caminos a la infelicidad los seguimos mal etiquetando como amor romántico, incluso para criticarlo. Pero es como si, después de escribir un buen libro, bien argumentado, emocionante, confortador, la pifiáramos con un mal título que ahuyente el interés de conocer esta revolución. Encima, a nuestro amor de personas iguales y enteras lo llamamos, con asepsia, amor confluente. Como si en este amor nuevo no mandaran también el disfrute y la ternura.

Manuel J. Ruiz Torres

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