martes, 13 de octubre de 2015

POESÍA EN EL RETRETE


Cuando viajo a algún lugar nuevo me gusta visitar sus ferreterías y sus librerías. Las primeras  me dan una idea de cómo organizan allí su vida cotidiana y las segundas de cómo se dotan de habilidades y aptitudes para mejorar esa misma vida cotidiana. A veces las ferreterías han sido sustituidas por bazares. Lo que suele indicar que un pueblo que escoge los atajos y lo perecedero es un lugar de emociones cortas, donde el pasado es un lastre y el futuro un incordio. A veces llego a pueblos sin librerías y la desolación es mayor, porque anuncian que allí ya han renunciado a recuperar esas pérdidas. Y que, aún peor, ni siquiera saben qué han perdido. No tuve tiempo de encontrar ninguna ferretería en Moguer, pero sí una de las más hermosas librerías que he visitado nunca. Me recordó otro lugar, la Casa con libros, en  La Zubía (Granada), que es aún mejor porque se puede vivir y pernoctar dentro de esa misma sensación de paraíso rabiosamente terrenal, construido con las esperanzas y las dudas humanas.

El lugar se llama La Taberna del libro y es, sencillamente, una casa ocupada por libros. Un hogar entero, con su salita de las distracciones, su comedor abrigado, su cocina de los inventos, su hervidor para el té, su habitación roja convertida en bodega. Una casa conquistada por los libros, en ese orden asambleario propio de lo que se usa. Libros tímidos en los estantes, libros abrazados entre sí sobre las sillas, libros descansando de tanto ajetreo en mitad de los pasillos, libros escondidos a la vista de quien quiera buscarlos. Libros también aseándose. Se ha escogido ese lugar que siempre se nombra con rodeos, con eufemismos, para darle su sitio a la poesía. El Váter, dice el cartel que invita a usarlo, no pidan llaves. Lugar cerrado de aguas, en su literalidad. Prefiero el antiguo nombre de retrete, por lo que tenía – y tiene- de retiro espiritual. Mente sana en cuerpo sano. Salud en el desahogo. Preferible al también evocador excusado, con lo que tiene de educada despedida breve, de discúlpeme que me ausente, lo seguiré teniendo muy presente. En pocos lugares nos permitimos mejor el reposo, la suspensión del tiempo, la introspección minuciosa, la reflexión aguda, cada vez más libres de cargas, más desintoxicados, más livianos. La poesía, como estado de excitación, crece con la calma, con el pensamiento minucioso, con la mayor autoexigencia. En determinados contextos, también con la humedad.  Esta poesía en el WC, que desborda lavabos y lavativas, está sobrada de talento, de nombres bien escogidos, de personas que acertaron con el diagnóstico y que proponen curas o limpiezas. Me alegra haber encontrado en Moguer un sitio que se atreva a llamar a las cosas por su nombre.


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