Se realizó ayer sábado, en el antiguo Aulario La Bomba, de Cádiz,
el XVII Festival “Stop Racismo”, organizado por la Asociación Pro Derechos
Humanos de Andalucía (Apdha). Por desgracia este acto festivo no celebraba el aniversario del final del racismo sino que sirvió para recordar su preocupante crecimiento. Al socaire de la crisis, quienes por soberbia le niegan la humanidad a todo ser ajeno, propagan el veneno de presentar al extranjero como competidor en esta guerra por las migajas de la miseria que llaman economía. El hecho accidental de nacer en un lugar y no en otro se convierte en derecho preferente a la hora de acceder a derechos, como humanidad no como paisanos, tan indiscutibles como la sanidad o la educación. Obviando, siempre, que esos derechos para todos vienen estando sostenidos, en un porcentaje muy importante, por la cotización rigurosa de esas trabajadoras y trabajadores de otros países que se quieren expulsar.
Ni siquiera nos queda el consuelo, en España, de contar con la resistencia cómplice de una derecha que combatió el fascismo en la II Guerra Mundial. Una resistencia que, ya hemos visto en Francia, empieza a diluirse ante la posibilidad de perder el poder nominal de los Estados. Aquí ya nos gobierna una coalición de las derechas que no se avergüenza de incorporar en su seno a personajes y recetas de un hormonado simplismo belicista que cree que el mundo todavía funciona a garrotazos.
Ni siquiera les humaniza la piedad cristiana que algunos profesan, cada vez más en silencio y más con los ojos vueltos a ganarse el otro mundo. Pero, mientras, en éste, el gobierno popular, mediante un Decreto Ley que titulan de "sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud", retirará desde el 31 de agosto la tarjeta sanitaria a los inmigrantes irregulares. Una medida inhumana que, según la propia ministra Mato, la que no sabía cómo se pagó el jaguar que tenía su marido en su garaje, supondrá ahorrar 500 millones de euros. Es decir, 100 millones menos que los 600 millones gastados por los municipios españoles en organizar corridas de toros el pasado año. Valga como ejemplo del disfraz económico con el que suelen esconder, ya por costumbre, decisiciones claramente ideológicas. No se me ocurre mejor descripción de racismo que dejar sin asistencia médica a una persona, sólo por no haber nacido en el primer mundo. Y, por si no quedaba claro que alguien puede dirigir un Ministerio en el que no cree, o al que cree sobredimensionado siendo tan imprescindible, la ministra propone que sean las ONG quienes asuman esa asistencia. Toda una vuelta a la beneficencia decimonónica. y que dicho tan clartamente como lo ha hecho la organización de consumidores FACUA "condena a muerte a inmigrantes".
Pero más preocupante es la inacción con la que la mayoría recibe estas injusticias. Porque, para que ahora se pueda legislar contra la vida y la salud de otras personas, sin que se levante la parte de humanidad que nació española, muchos medios de comunicación conservadores hasta la intransigencia llevan muchos años sembrando la descalificación personal de quienes emigran. Un estudio del CIS de 2010 daba la cifra escalofriante de que el 48,9 % de la población española cree que "los inmigrantes bajan el nivel educativo, sobrecargan al profesor y copan las plazas de la enseñanza pública". O que el 44.6% cree que "los españoles deberían tener preferencia a la hora de elegir colegio para sus hijos". Ya eso anuncia que las próximas exclusiones, por supuesto por los sacrosantos motivos económicos, serán en el derecho a la educación. La esperanza está en ese 37 % que estamos rotundamente en contra de esa discriminación.
Festivales como el celebrado ayer quizás no aumenten directamente ese convencimiento, porque la asistencia es en sí misma una militancia, pero sí permiten visualizar fuera, en su tratamiento como noticia, el crecimiento de esta intolerancia. Serán el razonamiento, la argumentación con datos que desmonten prejuicios y simplezas los que deban contrarrestar la cómplice indiferencia de bastantes. Como será la ética de la humanidad común la que convenza que nuestros enemigos no son quienes vienen a mejorar sus condiciones de vida sino quienes, sin más patria que el dinero, nos echan a pelear entre nosotros para abaratarles los costes de nuestro trabajo.
Este mismo discurso, más hermosamente dicho con la música, es el que nos permitió disfrutar también de esa importante faceta de la felicidad que es la solidaridad, como ya dijo Ana María Moix hablando de la poesía de Gil de Biedma.
Empezó la noche con la maravillosa sorpresa del grupo italo madrileño La Malarazza, nacido al calor solidario del Centro social autogestionado del Patio Maravillas, en pleno barrio madrileño de Malasaña.
Del grupo completo, siete integrantes, sólo vinieron a Cádiz dos miembros: el romano Bruno, voz, guitarra y acordeón; y el madrileño Iago, ukelele, guitarra y voz, además de compositor de algunos de los temas. A pesar de tan escueta representación consiguieron demostrar que, como ellos mismos dicen, son un grupo de directo. Bailables, divertidos, cercanos, contagiosos.
Consiguieron momentos grandiosos, como cuando cantaron el himno De La Latina a Lavapiés, la versión del clásico de Ettore Petronili, Tanto pe Canta, entre tarantelas y músicas del folklore italiano, o una divertidísima recreación del A galopar, de Alberti, con la misma música de Paco Ibañez pero una letra reconvertida en A pedalear. Terminaron a lo grande con una versión muy bailable del Bella Ciao, el conocido canto partisano de los italianos antifascistas.
Siguió el dúo de los barbateños Nono García y Tito Alcedo.
Un emotivo encuentro de dos grandes virtuosos del jazz que llegan a encontrarse desde inicios distintos. Tito Alcedo comenzó en el pop rock y Nono García con los cantautores granadinos del Manifiesto Canción del Sur. La música flamenca, ya sea en la pureza de José María Banderas, que acompañó a Tito en recitales algún tiempo, o en la fusión del rock andaluz de La Banda del Tío Paco, con la que tocó Nono.
En su concierto tuvieron momentos de gran complicidad, como cuando improvisaron sobre los conocidos acordes del toro enamorado de la Luna.
Terminó el Festival con la generosa entrega de Ea!, el refrescante grupo de Pilar Navarro y Nacho Vallejo.
De nuevo vivimos la espectacular comunicación que consiguen en directo. Con letras que no huyen de la poesía ni de la reflexión sobre lo inmediato, siempre con un guiño de humor y afabilidad. Pocos grupos he sentido tan cercanos y enérgicos. En el Festival se vaciaron. lo tocaron todo. Y los bises finales terminaron siendo otro concierto, aún más
desinhibido. Contaban, ya por entonces, con la colaboración de Nono García que se creció en la comodidad en la que se encontraba. También Tito Alcedo subió a escenario para poner su arte al servicio del entusiasmo común.
Allí arriba, mientras la sala entera bullía, tocaron grandes canciones como La Vida, Que llueva o Furia.
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