En su reciente conferencia en
Cádiz, el cardenal Rouco Varela, respondió a la creciente petición del pago del
Impuesto de Bienes Inmuebles por la Iglesia Católica con una perogrullada, que
ha merecido no obstante el titular de un diario local: ese pago impediría otros
gastos. Naturalmente. Es lo que le ocurre a cualquier persona, empresa o
asociación que paga impuestos: que no puede gastarse ese dinero en otras cosas,
seguramente más apetecibles para su interés particular, una vez obviado el uso
social que deberían tener todos los impuestos. Para defender su respuesta se
apoyó en dos inexactitudes (para calificarlas de mentiras tendría que hacer un
ejercicio de presunción de la intención de engañarnos del cardenal, lo que
sería contrario a sus propios Mandamientos y a la moral que publicita). La
primera es que la Iglesia Católica está exenta del IBI como lo están otras
asociaciones sin ánimo de lucro (cierto), y también Partidos y Sindicatos. En
realidad, éstos últimos están exonerados de pagar el impuesto de Sociedades
(como la misma Iglesia) pero pagan, permítanme decir que religiosamente, el IBI
por todos y cada uno de sus edificios obligados a ello. La otra inexactitud es
que, si se les exigiera hacer ese pago, se reducirían los fondos para la
función social que realiza Cáritas.
No voy a cuestionar que Cáritas realiza, ciertamente, una muy importante labor de socorro a muchas personas desfavorecidas. No desinteresada –como suele decirse-, sino con un interés, por supuesto legítimo, en propagar los propios valores ideológicos del catolicismo. Lo dice la misma organización en su última Memoria 2010, al presentar sus fines: “su acción debe siempre salvaguardar y promover los valores que la doctrina social de la Iglesia presenta como fundamentales”. Personalmente creo que esa labor de socorro, a estas alturas de la Historia, debería ser realizada por la justicia del Estado y no con un sentido de caridad sino de solidaridad social. Se ha intentado con las políticas de ayuda a la dependencia que, al casi eliminarse por este gobierno popular, dejan esa ayuda otra vez en manos de la buena voluntad de los entornos cercanos a las víctimas de la especulación económica. Pero, decía que es una inexactitud enorme afirmar que el dinero que se tuviera que gastar la Iglesia en pagar el IBI implicaría menos dinero para Cáritas. Sencillamente porque la Iglesia Católica, como institución, apenas aporta dinero a Cáritas. Según algunos datos, menos del 2 % de sus ingresos.
No voy a cuestionar que Cáritas realiza, ciertamente, una muy importante labor de socorro a muchas personas desfavorecidas. No desinteresada –como suele decirse-, sino con un interés, por supuesto legítimo, en propagar los propios valores ideológicos del catolicismo. Lo dice la misma organización en su última Memoria 2010, al presentar sus fines: “su acción debe siempre salvaguardar y promover los valores que la doctrina social de la Iglesia presenta como fundamentales”. Personalmente creo que esa labor de socorro, a estas alturas de la Historia, debería ser realizada por la justicia del Estado y no con un sentido de caridad sino de solidaridad social. Se ha intentado con las políticas de ayuda a la dependencia que, al casi eliminarse por este gobierno popular, dejan esa ayuda otra vez en manos de la buena voluntad de los entornos cercanos a las víctimas de la especulación económica. Pero, decía que es una inexactitud enorme afirmar que el dinero que se tuviera que gastar la Iglesia en pagar el IBI implicaría menos dinero para Cáritas. Sencillamente porque la Iglesia Católica, como institución, apenas aporta dinero a Cáritas. Según algunos datos, menos del 2 % de sus ingresos.
Según la citada Memoria 2010,
Cáritas se financia en un porcentaje del 64,89 %, con fondos privados, en su
gran mayoría de donantes particulares, socios y colectas en parroquias y
colegios; además de aportaciones de empresas privadas, legados y beneficios
financieros. El restante 35,1 % proviene de fondos públicos, como receptora de
subvenciones y por la ejecución de proyectos nacionales e internacionales; por
orden decreciente de aportaciones, desde Comunidades Autónomas, Administración
Central, Ayuntamientos y Unión Europea. Un presupuesto total de 247,53 millones,
en los que no se detalla ninguna aportación de fondos propios de las diócesis a
las que están adscritas.
Como suele ocurrir se confunde,
ante la opinión pública, la financiación de las distintas actividades de la
Iglesia. Aunque la campaña de promoción de la X en la casilla de “Sostenimiento
de la Iglesia Católica” se centra en su función de asistencia social (con el
ejemplo señero de Cáritas) o educativa y sanitaria, esa casilla concreta financia
exclusivamente los sueldos de sacerdotes y el sostenimiento de cultos. Del
ejercicio de 2010, se le entregaron 249 millones de esa casilla de IRPF, apenas
el 2.5 % del total que recibió la Iglesia ese año, 10.000 millones, en el que
están recompensadas sus otras actividades.
En esa financiación resulta
llamativa la aportación que el Estado hace a Cáritas procedente de la cuota
destinada por las personas que, desde 1987, y siendo siempre la mayoría de
contribuyentes, marcan la casilla «Otros fines de interés social» en su
declaración de la renta (IRPF). En el pasado 2011, de los 207,5 millones que se
repartieron de lo recaudado por esa casilla, Cáritas obtuvo algo más de 20
millones, el diez por ciento del total. Hasta 40 organismos de la Iglesia
Católica, que actúan como ONG sociales, reciben fondos también desde esta
casilla. Que sean la imagen principal de sus anuncios debería tacharse de
publicidad engañosa, pues si lo que se quiere es fomentar esta labor social
católica lo adecuado sería pedir que se señale antes esta casilla, o en todo
caso, ambas. Porque, tal como se presenta, quien marque sólo la de la Iglesia
estaría, ahora sí, retrayendo fondos a Cáritas para su ayuda social. Esta
contradicción plantea la chapuza, con apariencia de falso progreso laicista,
que supuso la inclusión de ambas casillas. Una y otra no suponen una aportación
voluntaria al sostenimiento de las propias creencias, religiosas o éticas, sino
extraer del debate democrático de los Presupuestos esos fondos, cuyo uso (¿por
qué no social o de cooperación al desarrollo?) no los decide el Estado sino
entidades privadas.
Como se ve, que se reduzcan las entidades que están
exentas de pagar el IBI (la Iglesia Católica y también la mayoría de las demás)
no implica, por sí mismo, una reducción de la actividad social de la Iglesia,
aunque se reciba con amenazas. Se trata de repartir la solidaridad de los
gastos del bienestar ciudadano según la riqueza de personas e instituciones.
Asumiendo el Estado la parte que, en esa ayuda social, le corresponde gestionar.
Tampoco se busquen cruzadas de persecución antirreligiosa. En el origen de este
debate está la Unión Europea, con una tradición de siglos de separación de
Estado y creencias personales. Desde 1989 la Comisión Europea viene denunciando
los “privilegios” de la financiación católica en España. El inicio de un
procedimiento de denuncia ante el Tribunal de Justicia de la U.E. provocó, en
el 2006, un acuerdo por el que la Iglesia asumía el pago del IVA en sus
operaciones comerciales. Iniciándose un proceso de normalización igualitaria en
el pago de impuestos. Por cierto, la conferencia de Rouco Varela en Cádiz versó
sobre la separación de Iglesia y Estado.
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