lunes, 2 de octubre de 2017

ESPAÑA, POR COJONES

Cuando se debatía la actual Constitución, Manuel Fraga defendió que no se incluyera allí la mención a las causas de disolución del matrimonio. No lo consiguió, pero aún en 1981, cuando se debatió la primera ley de divorcio, Alianza Popular, el partido donde ya militaban Aznar y Rajoy, votó en contra de esa ley que el propio Fraga calificó de “estridente”. En el mismo mitin decía que era “hora de poner orden en la casa”. Hoy no conozco a nadie (aunque los habrá) a quien le parezca bien que si, en una pareja, alguien quiere separarse, tenga que contar con el consentimiento del otro para tener el divorcio. Ni que, si el otro o la otra no quieren separarse, se prohíba el divorcio. El matrimonio obligatorio está asumido como una aberración. Esta lógica se olvida cuando hablamos de pueblos. Y no está mal recordarla porque, al cabo, estamos manejando (o manipulando, si se quiere) sentimientos.

En esta comparación, cuando una pareja está en crisis, o se abandona toda esperanza de conciliación, o se intenta un acercamiento, una reconquista, reconstruyendo la seducción. Lo que a nadie se le ocurriría, energúmenos aparte, es plantear continuar con el matrimonio a la fuerza, por cojones, porque eres mía o mío, siempre lo fuiste. Leí ayer un comentario que comparaba esta actitud con la del maltratador que insulta, desprecia, golpea, hiere o incluso mata cuando la pareja decide dejarlo. Pero mientras el Código Penal y una mayoría creciente de la población condenan lo más visible de esa violencia de género, parece como si, mucha de esa misma población, asumiera como normal que a quienes quieren separarse de nosotros hay que tratarlos a palos. Ya perdí hace mucho, desde aquellos nada inocentes boicots al cava catalán, la lógica de este peculiar ritual de apareamiento, donde el macho comienza el acercamiento propinando un par de coces.

Hoy sigo leyendo guantazos indiscriminados en nombre de la unidad de España, esa misma que ayer quedó muy malherida. Tengo amigos y familia en Cataluña, gente buena, honrada, de unas y otras ideas, que hoy se sienten excluidas, expulsadas por quienes justifican necesaria la violencia, o se la toman a broma, un chiste. Ellos la vivieron ayer en carne propia. Hoy leen que hasta eso se les niega: sus votos y sus heridas son mentira, sangre pintada, propaganda dicen estos nuevos negacionistas, vamos a odiaros sin remordimientos, os queremos.  A muchos de los de aquí también los conozco. Son amigos, vecinos, compañeros de trabajo, gente normal con los que comparto tendedero, vinos, el autobús o el médico, y que hoy se cubren de bilis, de ferocidad, de falta de empatía y de humanidad, y se suman al linchamiento, pidiendo cárcel para todos, multas e indigencia para todos, retirarles la custodia a sus hijos, disolver la autonomía, una mano mucho más dura. Nada de tender puentes, de recuperarnos. A por ellos. Y ellos, claro, vienen, y se rinden y se convierten.


Manuel J. Ruiz Torres

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