Tan sencillo
como que cualquiera tiene derecho –por supuesto, también derecho legal- a
cobrar lo acordado. La seguridad legal es una de las reglas de esta democracia
en proceso de descomposición, con la coartada de la crisis económica. Y lo firmado,
en el Convenio de 1 de abril de 2009, eran las condiciones de salario y trabajo
de quienes, a cambio de esas condiciones pactadas, iban a realizar la limpieza
de las calles y la recogida y transporte de las basuras de Cádiz. Si una de las
partes, la que debería pagar lo pactado, es la primera en no cumplir su
compromiso, nadie puede acusar a la otra de no hacer su parte. Sin embargo, el
Ayuntamiento sólo culpa a quienes no recogen la basura, no a quienes no están cumpliendo con las
condiciones de la concesión, que es la unión de empresas SUFI COINTER. En este
asunto, la alcaldesa miente cuando declara que esa concesionaria no plantea pérdida
de salarios. Según el citado Convenio, con vigencia hasta el 31 de marzo de
2013, se pactó graduar las subidas salariales cada año, correspondiendo para el
próximo cuarto año de vigencia, una subida del IPC real a finales del 2011, más
un 2 %. Es decir, un 4.4 %, cuando la empresa pretende reducir esa subida a un
0.5 %. Es evidente que no se cumple lo acordado. Como que esa cifra redonda busca
confundir en beneficio propio. En efecto, los sindicatos UGT y CCOO acordaron
con los empresarios que ese 0.5 % sería la subida salarial para los acuerdos
que se pactaran este año. Pero una cosa es pedir que se cumplan los acuerdos y
otra que los nuevos tengan nuevas condiciones, aún pareciéndonos que esa subida
ridícula sigue cargando otra vez toda la carga de la crisis en quienes no la
provocaron. La petición de quienes trabajan en la limpieza de basuras no son,
pues, como acusa la alcaldesa, ni una incongruencia, ni una muestra de
insolidaridad ante quienes sufren la crisis. Sino una reivindicación que nos defiende
a quienes vivimos de nuestro trabajo.
Entender que,
por encima de la enorme incomodidad de los malos olores de la basura, está nuestra
propia seguridad como trabajadores. Lo que nos pide la alcaldesa, y la
concesionaria, unión de dos internacionales, es que todos y todas debemos
cobrar menos, trabajar más y no saber -ni quejarnos por ello- en qué condiciones lo haremos en
adelante, para adaptarnos a una crisis que se decide no se sabe dónde, pero sí
con qué intereses.
Por supuesto que
la huelga es molesta. Una huelga no es una mera sugerencia a la empresa, por si
quiere tenerse un detalle bonito, sino una lucha entre económicamente desiguales.
El capital siempre tiene la ventaja de que quien vive de su salario padece la presión
de sus ataduras económicas. La huelga cuesta mucho dinero a quien la hace, les
supone privaciones de las que tarda meses en recuperarse, no son esos días en
el Edén de la pereza con el que los retratan quienes no necesitan hacer huelgas
para llevárselo en negro. El capital ejerce esa presión con violencia, porque sabe
que sólo le dañan significativamente las huelgas de muchos días o las que se
concentran en ocasiones de su especial interés. Sólo entonces se equilibra esa
lucha de clases. Sería realmente estúpido hacer una protesta cuando no la vea
nadie o cuando no repercuta con importancia. Pero tampoco ha de caerse en la
manipulación que presenta a quienes hacen este trabajo como contrarios al interés
de Cádiz. Porque poco ganará esta ciudad si llegamos a un tiempo en que quienes
trabajen no sabrán lo que, despóticamente, querrán pagarles sus empleadores. Como
también perderá el comercio cuando sólo le ofrezcan estos pocos días de
fogonazos artificiales, y un resto del año sin clientes y sometidos a lo que
quieran pagarles. De seguir así, vamos a un estado de agradecido sometimiento. Esta
huelga se anunció hace dos meses. En ese tiempo nadie, ni la empresa ni la
alcaldesa, se han dignado ni a escuchar lo que se pedía. Sólo ahora, cuando los
montones de basura les estropean la foto, les echan encima a comerciantes y
ciudadanía. Porque, y es lo triste, a este desmantelamiento de derechos se ha
sumado también parte de la población, más preocupada por lo que se huele que
por lo que se pudre.
Manuel J. Ruiz
Torres
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