El Partido Popular perdió las
elecciones de 2004 porque mintió sobre la autoría del atentado de Atocha. El
Partido Popular ganó las elecciones de 2011 porque mintió un programa de salida
de la crisis sin subida de impuestos ni
recortes en educación, sanidad o desempleo. También ganó porque, previamente,
el Partido Socialista decidió mentirse a sí mismo –y en la acción, a todo el
que los creyó- al escoger aplicar la
cirugía liberal de la estabilidad, que en realidad es una poda sangrienta de
miembros sanos, a una crisis que había
provocado la especulación capitalista, con los bancos como juez y parte del
expolio. Que es tanto como querer curarnos con los mismos virus que provocaron
la enfermedad, pero no debilitados como en una vacuna, sino envalentonados,
engallados, chulescos, en su
reconocimiento de solución única. Como mentiras, ni siquiera son muy
elaboradas. Son mentiras sin guión, sin in
crescendo dramático, sin grandes actrices y actores dándose réplica. La
política se ha instalado en la medianía previsible de una serie televisiva que
hablara de conflictos amables entre vecinos de bloque. “No se puede hacer otra
cosa”, diría el presidente de Comunidad. “Cierto, qué fastidio”, murmullarían
quienes fueron a la reunión, en vez de estar en una playa permanente. Porque, naturalmente, quien miente necesita de
la credulidad de los demás, que es una
actitud que requiere cierta indolencia personal, con sus dosis de resignación y
escapismo.
La semana que viene se van a
discutir en el Congreso los nuevos Presupuestos Generales. Son mentira. Lo que
de allí salga estará condicionado por los mercados, ese ectoplasma sobrenatural
que nos ha poseído. Como en las series,
nos sabemos el final, porque ya viene repitiéndose. Los actuales Presupuestos Generales para 2012
se aprobaron el 28 de junio y se publicaron en el BOE dos días más tarde. Allí
se recogen las previsiones de ingresos por impuestos, con sus deducciones y
beneficios fiscales, así como todos los gastos públicos a realizar; entre
ellos, los cuantiosos capítulos de personal, inversiones o transferencias a
otras administraciones. Sólo trece días después, el Consejo de Ministros aprobó,
en decreto-ley, la subida general del IVA, quitó la paga extra y redujo los días
de vacaciones del convenio de empleados públicos, redujo el subsidio de
desempleo y anunció la supresión de bonificaciones a la contratación, eliminó
la ayuda estatal a las hipotecas para compra de vivienda y la deducción en IRPF
para las que se adquieran a partir de enero, reformó la administración local y “reordenó”
la ley de Dependencia. Es decir, revocó sus propios Presupuestos Generales. En
trece días.
Estos que vienen son también mentira.
Pero, además, injustos. Podrían mentirnos el paraíso, escribirnos una novela bonita que acabara bien,
hacer un brindis al sol anunciando que sus políticas carniceras han aplacado a
las fieras y han servido para algo. Pero necesitan alimentar el derrotismo para
que todo lo perdido se acepte como irremediable. Por eso prefieren esta mentira
presupuestaria que escenifica un aumento del castigo, igual que el entrenador
domestica a sus animales con sufrimiento. Cuando, la semana que viene se rodee el
Congreso para protestar contra los falsos Presupuestos, se estará haciendo,
sobre todo, contra quienes convierten en pantomima formal su obligación de
rendir cuentas al pueblo del uso de su dinero.
Manuel J. Ruiz Torres
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