En muchos zócalos de México y de
toda Latinoamérica aún existe el oficio del escribidor, que se encarga de poner
en papel las peticiones oficiales, pleitos, añoranzas o deseos amorosos de
quienes no saben escribirlo pero sienten la necesidad de esa comunicación en su
piel o en su economía. Dicen que ese oficio desaparecerá cuando la población
esté alfabetizada. No lo creo, porque su especialización es semejante a la de médicos
o abogados, que hacen de guías por terrenos que la mayoría desconocemos. De
hecho, el oficio de escribidor hace iguales ante los vericuetos escritos a
quienes saben y a quienes no saben de eso. Lo mismo que hay quienes también nos
igualan a quienes somos analfabetos en fontanería, electricidad o manejo de
ordenadores. En nuestro contexto esos y esas escribidores trabajan en periódicos.
Sólo que, al multiplicar su capacidad de difusión, no sólo guían e igualan al
cliente puntual que les necesita, sino que trabajan por la igualdad de la
sociedad entera.
Cuando un periódico, como aquí el
Diario de Cádiz, se plantea despedir a un tercio de quienes lo escriben, está
cometiendo un inconcebible ejercicio de negación del sentido de su propia
existencia. Transmite a la sociedad que esos y esas periodistas no son
imprescindibles para seguir contándonos lo que pasa. Y, en esa lógica, si se
niega lo imprescindible de ese oficio, ¿cómo justificar que seguirá siendo
imprescindible el medio donde se transmite? Si la empresa no defiende su propia
utilidad, la sociedad puede creer que puede vivir sin prensa. Que es tanto como
quedarse sin mirar hacia fuera de uno mismo.
Por desgracia, hace tiempo que
las empresas de comunicación se quedaron sólo en empresas. Ya ni siquiera con
ese espíritu de pervivencia de los negocios familiares, grandes y pequeños, que
trabajaban no tanto para ganar lo máximo hoy sino para que siguieran viviendo
de ello sus descendientes. Para aumentar la ganancia inmediata, el periódico se
somete a sus anunciantes, empresas y políticos que pueden romper la hucha pública
para permitirse arrinconar o eliminar directamente las noticias incómodas. Para
que crezca esa misma ganancia, se manda al paro a profesionales formados y se
obliga a quienes se queden a redoblar su esfuerzo, porque da igual la calidad
de lo que se ofrezca. Por ese beneficio, se prescinde de buscar fuera lo que
ocurre, y por supuesto de reflexionar sobre ello, porque ya les vienen dadas
las notas de prensa desde los distintos poderes. Pero, con una prensa convertida
en empresa de anuncios, sin calidad, manipulada y sin esa función de entender
la realidad, que es su sentido, ¿qué clientes espera conservar en el futuro esa
empresa tan saneada como prescindible?
Manuel J. Ruiz Torres
Muy cierto, véase lo que le esta pasando a Jordi Évole, en la Sexta y salvados ya han pedido su cabeza, podremos estar de acuerdo o no con él, pero lo que no podemos hacer es que desaparezcan voces críticas, el demosmoronamiento del Estado el Bienestar, trae grandes déficit de Democracia, y eso tristemente lo estamos viendo cada día........
ResponderEliminar